"La esencia de la grandeza radíca en la capacidad de la realización personal propia en circunstancias en las que otros optan por la locura." - Dr. Wayne W. Dyer

Osho: El libro del Hara, cuarto capitulo, primera parte


Conocer la Mente

Amados míos:

La mente del hombre está enferma, está herida. Ya no es un centro sano, se ha convertido en una úlcera enferma. Por eso toda vuestra atención se dirige hacia ella. Quizá no os hayáis dado cuenta de que cuando una parte del cuerpo está enferma, toda nuestra atención se dirige hacia esa parte.

Sólo eres consciente de la pierna cuando te duele; si no te duele, no eres consciente en absoluto. Si tienes una herida en la mano, te das cuenta de que existe; si no tienes ninguna herida, ni siquiera la notas. No hay duda de que, de una forma u otra, vuestra mente se ha puesto enferma, porque sólo sois conscien­tes de ella y no sois conscientes de nada más durante las veinti­cuatro horas del día.

Cuanto más sano está el cuerpo, menos lo sientes. Sólo sien­tes la parte que está enferma. Y la única parte del cuerpo que sientes ahora es tu cabeza. Tu consciencia sólo gira alrededor de la cabeza, sólo conoce la cabeza, sólo reconoce la cabeza. Nadie puede ir al centro de su vida mientras no se libre de esta herida, mientras no se libre de este estado mental tenso e inquieto. Por eso, hoy vamos a hablar de ese estado que es la mente, y de cómo cambiarlo.

En primer lugar, debes entender claramente ese estado que es la mente. Si te sientas solo durante diez minutos y escribes sinceramente en un papel todos los pensamientos que pasan por tu mente, no desearás enseñarle este papel ni siquiera a tu amigo más querido, porque verás que hay pensamientos tan dis­paratados que ni tú ni nadie habría esperado algo así. Te darás cuenta de que hay pensamientos tan irrelevantes, inútiles y con­tradictorios que creerás que te has vuelto loco.

Si escribes sinceramente durante diez minutos cualquier cosa que te venga a la mente, te sorprenderás de lo que sucede ahí. Te preguntarás si estás cuerdo o si estás loco. Nunca contemplas tu mente durante diez minutos para ver qué es lo que está sucediendo ahí, o quizá no lo hagas porque ya sabes lo que está sucediendo. Probablemente, tengas miedo.
Por eso la gente tiene miedo de estar sola y busca compañía durante las veinticuatro horas del día; quieren encontrarse con sus amigos, ir a algún centro de reuniones o cualquier otra cosa y si no encuentran a nadie, empezarán a leer el periódico o es­cucharán la radio. Nadie quiere estar solo, porque en cuanto estás solo empiezas a descubrir tu verdadero estado.

Cuando hay alguien presente te entretienes relacionándote con él y no eres consciente de ti mismo. La búsqueda del otro no es más que la búsqueda de una oportunidad para huir de ti mismo. La razón fundamental de que te interesen los de­más es que tienes miedo de ti mismo, y sabes muy bien que si te conoces a fondo te darás cuenta de que estás completamente loco. Para huir de este estado, el hombre busca compañía, bus­ca compañeros, busca un amigo, busca la sociedad, busca la multitud.

El ser humano tiene miedo a la soledad. Tiene miedo a la so­ledad porque en su soledad encontrará un reflejo de su verdadero estado, se encontrará con el reflejo de su propio rostro. Y esto le asusta, le da mucho miedo. Por eso, desde que se levanta por la mañana hasta que se acuesta, usa toda clase de métodos para huir de sí mismo, para no tener que enfrentarse consigo mismo. Tiene miedo de verse.

El hombre ha inventado miles de formas para huir de si mis­mo. Y cuanto peor es la condición de la mente del hombre, más cantidad de nuevos inventos tiene que tener para huir de si mis­mo. Si nos fijamos en los últimos cincuenta años, veremos que el hombre ha inventado más entretenimientos para escaparse de si mismo que en el resto de la historia. El cine, la radio y la televi­sión son formas de huir de uno mismo. El hombre se ha vuelto in­quieto. Todo el mundo busca entretenimientos, intentas hacer todo tipo de cosas para olvidarte de ti mismo un rato, porque tu situación interna es cada vez peor. En todo el mundo, junto con el desarrollo de la civilización, se ha aumentado el uso de las dro­gas. Recientemente se han descubierto nuevas drogas que se es­tán volviendo muy populares en Europa y Estados Unidos; hay drogas como el LSD, la mescalina, la marihuana. En todas las ciu­dades desarrolladas de Europa y Estados Unidos ha llegado a su punto álgido entre las personas cultas el esfuerzo por descubrir nuevas drogas. Continúa la búsqueda para descubrir métodos se­guros para que el hombre pueda olvidarse de si mismo; de no ser asi, el hombre se vería en un gran apuro.

¿Cuál es el motivo que hay detrás de todo esto? ¿Para qué quieres olvldarte de ti mismo?- ¿Porqué tienes tantas ansias de olvidarte de ti mismo? No creas que sólo las personas que van al cine están tratando de olvidarse de si mismos, también lo hacen las personas que van a los templos; no hay ninguna diferencia. El templo es una vieja forma de olvidarse de uno mismo, el cine es la nueva forma. Si un hombre se sienta y canta «Ram, ram», no creas que al cantar no está intentando olvidarse de si mismo, del mismo modo que, otra persona se intenta olvidar de si misma escuchando una canción de una película. Todos estáis ocupados huyendo de vuestro ser de una forma u otra. Esto demuestra que vuestra condición interna está empeorando y estáis per­diendo incluso el valor de afrontado. Tenéis mucho miedo de mirar en esa dirección.
Estáis actuando como si fueseis avestruces. Al ver al ene­migo, el avestruz, esconde la cabeza bajo la arena porque cree que es peligroso mirar al enemigo. Como el enemigo no está vi­sible, el avestruz razona de la siguiente manera: «Si no está visi­ble, es que no está ahí. Estoy a salvo». Pero ese razonamiento está equivocado. Se puede perdonar a los avestruces, pero no al hombre. Una cosa no deja de existir simplemente porque dejes de verla. Si ves una cosa, podrás hacer algo, pero si es invisible no podrás hacer nada.

Quieres olvidarte de tu estado interior, no quieres verlo. Quizá puedas convencer a tu mente de que no existe algo que no puedes ver, pero eso no significa que haya desaparecido. No existe ninguna relación entre no ser visible y no existir. Si fuera visible quizá podrías hacer algo por cambiarlo, pero puesto que no es visible no podrás cambiarlo. Seguirá aumentando en tu in­terior como una herida, como una úlcera escondida que no quie­res ver.

La mente es una herida. Si algún día se inventase una má­quina con la que pudiéramos ver lo que está sucediendo dentro de cada persona, probablemente todo el mundo se suicidaría inmediatamente. Nadie va a permitir que otra persona vea lo que está sucediendo en su interior. Llegará un día en que será posi­ble. Ahora mismo podemos dar gracias de que no haya ventanas en nuestras cabezas por las que podamos mirar dentro de la mente de los demás y ver lo que ocurre allí.

Lo que la gente oculta y lo que cuentan son dos cosas muy diferentes. Lo que se refleja en su rostro es muy distinto a lo que está sucediendo en su interior. Es posible que estén hablan­do de amor, pero en su interior están llenos de odio. Es posible que le digan a alguien: «Buenos días. Encantado de verte. Me ale­gro de que nos hayamos encontrado esta mañana», pero por den­tro están diciendo «¿Por qué me tengo que encontrar con la cara de este cretino a primera hora de la mañana?».

Si hubiese ventanas para mirar dentro de la cabeza de la gente estaríamos en un verdadero apuro, la vida se volvería muy difícil. Podemos hablar con alguien de una forma amistosa, pero a la vez estar pensando: «¿Cuándo se morirá?». En la superficie hay una cosa y en el fondo hay otra, y no nos atrevemos a mirar y ver en nuestro interior.

Una madre vivía con su hija y las dos eran sonámbulas. Una noche, hacia las tres de la mañana, la madre se levantó y se acer­có al jardín que estaba al fondo de la casa. Al cabo de un rato su hija también se levantó y fue hacia el jardín. Cuando la mujer mayor vio a su hija gritó:

-iZorra! Me has arrebatado mi juventud. Desde que na­ciste he empezado a envejecer. Eres mi enemiga. Si no hubieses nacido, seguiría siendo joven.

Cuando la hija vio a la madre le gritó:

-Malvada. Por tu culpa mi vida se ha vuelto difícil, se ha vuelto una esclavitud. Siempre has sido un obstáculo en mi ca­mino. Eres como una soga al cuello.
En ese momento cantó el gallo y ambas se despertaron. Al ver a la niña, la mujer mayor dijo:
-Cariño, ¿por qué te has levantado tan pronto? Puedes en­friarte. Ven, vamos dentro.
La niña inmediatamente se postró a los pies de su madre.
Tenía la costumbre de hacerla todas las mañanas.
-iMadre!-dijo-. Te has levantado muy pronto. No estás bien de salud. No deberías madrugar tanto. Vamos a descansar.

Puedes ver la diferencia que hay entre lo que dijeron en sueños y lo que dijeron cuando estaban despiertas.

Todo lo que se dice en sueños es más sincero que lo que se dice estando despierto, porque nace de tu interior. Cuando te ves en sueños eres más real que cuando te ves en la calle o en­tre la gente. Tu cara cuando estás entre la gente está retocada y es artificial; en el fondo eres una persona totalmente distinta. Puedes lograr encubrir cosas poniendo buenos pensamientos en la superficie, pero por dentro te quema el fuego de los pensa­mientos. En la superficie puedes parecer absolutamente tran­quilo y sano, pero por dentro todo está enfermo y alterado. En la superficie puedes estar sonriendo, pero es posible que esa sonrisa sólo esté encubriendo un mar de lágrimas. De hecho, es proba­ble que hayas estado ensayando esa sonrisa para esconder las lá­grimas. Esto es lo que suele hacer la gente.

Alguien le preguntó una vez a Nietzsche:

-Siempre te estás riendo eres muy alegre ¿Realmente te sientes así?
Nietzsche le contestó:
-Ahora que me lo preguntas te diré la verdad. Me río por no ponerme a llorar. Antes de ponerme a llorar, me reprimo con la risa. Reprimo las lágrimas. Mi risa debe convencer a los demás de que soy feliz. Y sólo me río porque estoy tan triste que me ali­vio riéndome. A veces me puedo consolar así.

Nadie ha visto reírse a Buda, nadie ha visto reírse a Mahavira, nadie ha visto reirse a Jesús. Debe haber algún motivo. Pro­bablemente, en su interior na hay lágrimas por eso no tienen necesidad de ocultarlas. Probablemente, en su interior no hay tristeza que tengan que ocultar sonriendo. Ha desaparecido todo lo que estuviese alterado en su interior de modo que ahora ya no es necesario adornarlo con flores de risa.

Si alguien apesta tiene que rociarse con perfume. Si alguien tiene un cuerpo horrible, tiene que hacer un esfuerzo para pa­recer bello. El que está triste por dentro tendrá que aprender a reírse, y el que está lleno de lágrimas por dentro tendrá que se­guir sonriendo por fuera. El que está lleno de espinas por den­tro deberá adornarse con flores por fuera.

El hombre no es en absoluto lo que aparenta ser, es exacta­mente lo contrario. Por dentro es una cosa y por fuera es otra. Y está bien engañar a los demás con lo que has puesto en tu exterior, pero el problema es cuando te engañas a ti mismo. Si la apariencia exterior sólo engañase a los demás, no pasaría nada; no es una sorpresa porque la gente normalmente sólo ve lo que hay fuera. Pero tú mismo te engañas porque realmente crees que eres la imagen que ven los demás. Te ves a través de los ojos de los demás nunca te ves directamente cómo eres, lo que realmente eres.

La imagen que se forma en los ojos de los demás te engaña y te da miedo mirar en tu interior. Quieres ver la imagen que los demás tienen de ti, no tu realidad. ¿Qué dice la gente? Empie­zas a tener mucha curiosidad por saber lo que la gente dice de ti. Detrás de esa curiosidad sólo hay una cosa: crees que te puedes­ reconocer a través de la imagen que se han formado los de­más de ti. ¡Esto es realmente, asombroso! Incluso para verte tie­nes que mirarte en los ojos de otra persona.

La gente tiene miedo de que los demás hablen mal de ellos. Están contentas cuando la gente habla bien de ellos porque su conocimiento de sí mismos depende de la opinión de los demás. No tienen un conocimiento directo de sí mismos; no se conocen a sí mismos por una experiencia directa. Podrían tener esta ex­periencia, pero no sucede porque intentan huir de ella.

La primera cosa al encontrarse con la mente es no preocu­parse de lo que digan los demás o de lo que los demás piensen de ti; tienes que encontrarte, más bien, directamente con lo que eres tú en esencia. En tu soledad tienes que abrir totalmente tu mente y ver qué es lo que hay allí. -Esto es un acto de valentía. Decidir entrar dentro del infierno que se oculta en tu interior es un acto de enorme valentía. Verte en tu desnudez es un acto de enorme valentía. Es necesario tener mucho coraje.

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