"La esencia de la grandeza radíca en la capacidad de la realización personal propia en circunstancias en las que otros optan por la locura." - Dr. Wayne W. Dyer

Osho: El libro del Hara, cuarto capitulo, tercera parte


Dentro de una persona buena se escode una persona malvada y dentro de una persona malvada se esconde una persona buena. Una persona buena tiene la cara buena de la moneda ha­cia arriba y la cara mala hacia abajo. Cuando una persona bue­na se vuelve mala es peor que la persona más malvada. Y si una persona malvada, se vuelve buena hará palidecer, en comparación, a la persona buena. En una persona mala, la bondad se ha escondido totalmente, sólo se ve la maldad. Pero si cambia y se vuelve un buen hombre, las demás personas buenas palidece­rán a su lado. Una fuerza de bondad fresca y oculta emanará de él. Valmiki o Angulimal son dos buenos ejemplos de esto: fueron personas muy malas que un día se volvieron buenas y brillaron más que ningún santo con su bondad.


Una persona buena y una persona mala no son diferentes; son las dos caras de la misma moneda. Pero el sabio es un tercer tipo de persona, en su interior no hay bondad ni maldad. Des­aparece la moneda. Un sabio no es un hombre bueno, un caba­llero o un santo. En el interior de un caballero siempre hay es­condido un hombre malvado y en el interior de un hombre malvado siempre hay escondido un caballero. Un sabio es deci­didamente un tercer tipo de fenómeno. Está más allá del bien y del mal; no tiene relación alguna con ninguno de los dos. Ha en­trado en una dimensión totalmente distinta, donde el bien y el mal no existen.


Un joven monje vivía en un pueblo de Japón. Era muy fa­moso y tenía una gran reputación. Todo el pueblo le veneraba y respetaba. En el pueblo se cantaban canciones en su honor. Pero un día todo cambió. Una muchacha del pueblo se quedó emba­razada y dió a luz un niño. Cuando su familia le preguntó de quién era su hijo, ella respondió que era el hijo del joven monje.


¿Cuánto tiempo tardan los admiradores en convertirse en enemigos? ¿Cuánto? No tardan ni un instante, porque dentro de la mente de un admirador siempre está escondida la desaprobación. La mente sólo está esperando su oportunidad y el día que acaba la admiración empieza la desaprobación. La gen­te que se muestra respetuosa puede cambiar y ser irrespetuosa en un segundo. La gente que se postra a los pies de alguien, en cualquier momento puede empezar a cortarle la cabeza a esa misma persona. No hay ninguna diferencia entre el respeto y la falta de respeto, son dos caras de la misma moneda.


La gente del pueblo atacó la cabaña del monje. Le habían estado mostrando respeto durante mucho tiempo, pero ahora afloró la rabia que habían estado reprimiendo. Ahora tenían la oportunidad de ser irrespetuosos, así que fueron corriendo a la cabaña del monje, le prendieron fuego y le echaron encima al niño recién nacido.


El monje preguntó:

-¿Qué ocurre?

La gente contestó:

-¿Nos estás preguntando qué ocurre? Este niño es tuyo. ¿Tenemos que decirte lo que pasa? Mira cómo arde tu casa, mira dentro de tu corazón, mira a este niño y mira a esta muchacha. No hace falta que te digamos que este niño es tuyo.

El monje dijo:


-¿De verdad? ¿Es mío ese niño?

El niño se puso a llorar, así que empezó a cantar una canción para acallar al niño, y la gente le dejó ahí sentado con su cabaña quemada. Entonces fue a mendigar a la hora acostumbrada, por la tarde pero, ¿quién le iba a dar comida hoy? En todas las casas le daban un portazo. Una multitud de niños y de gente le se­guía molestándole y tirándole piedras. Fue hasta la casa de la chica y dijo:


-Puede que no consiga comida para mí, ipero al menos dame un poco de leche para este niño! Quizá tenga yo la culpa, ¿pero qué culpa puede tener este pobre niño?

El niño estaba llorando, la multitud estaba en la puerta y la chica no pudo aguantar más. Cayó a los pies de su padre y dijo:

-Perdóname, te mentí cuando te di el nombre de este monje. Quería salvar al verdadero padre del niño, así que se me ocurrió usar el nombre del monje. Ni siquiera le conozco.

El padre se puso nervioso, había sido un gran error. Salió corriendo de la casa, cayó a los pies del monje y le intentó quitar al niño.

El monje preguntó:

-¿Qué ocurre?

El padre de la chica dijo:

-Perdóname, ha sido un error. Este niño no es tuyo.

El monje contestó:

-¿De verdad? ¿No es mío el niño?

Entonces la gente del pueblo le dijo:

-iEstás loco! ¿Por qué no lo negaste esta mañana?

El monje dijo:


-¿Habría cambiado algo? El niño es de alguien. Y ya habíais quemado una cabaña; simplemente, habríais quemado otra más. Ya habíais disfrutado maltratando a una persona y habríais dis­frutado maltratando a otra. ¿Habría cambiado algo? El niño debe ser de alguien, también puede ser mío. ¿Qué ocurre? ¿Cambia algo?

La gente dijo:


-¿No entiendes que todo el mundo te ha desaprobado, in­sultado y humillado totalmente?

El monje contestó:

-Si me hubiese afectado vuestra desaprobación también me habría afectado vuestro respeto. Hago lo que creo que está bien, vosotros hacéis lo que creéis que está bien. Hasta ayer os parecía bien respetarme y así lo hicisteis. Hoy no os parece bien respetarme y no lo habéis hecho. Pero no me afecta vuestro res­peto ni vuestra falta de respeto.

La gente le dijo:


-Oh, honorable monje, al menos podías haber tomado en consideración que ibas a perder tu buena reputación.

Él respondió:


-Yo no soy bueno ni malo. Simplemente, soy yo mismo. He renunciado a la idea de bueno y malo. He renunciado al interés de convertirme en bueno, porque cuanto más intentaba ser bueno, más malo me volvía. Me volví absolutamente indiferente. Y el día que me volví indiferente me di cuenta de que dentro ya no había bondad ni maldad. En su lugar había nacido algo que es mucho mejor que la bondad y que no tiene ni una sombra de maldad.


El tercer tipo de persona es el sabio. El viaje del buscador no consiste en convertirse en un buen hombre; el viaje del buscador es el de convertirse en un sabio.

Así que mi tercer punto es: cuando surja un pensamiento en la mente, no decidas si es bueno o malo. No lo apruebes ni lo desapruebes. No digas que esto es malo o es bueno. Simplemente, siéntate al lado del río de la mente, como si estuvieses sentado a la orilla de un río, contemplando el fluir del agua con indiferencia. El agua fluye, las piedras fluyen, las hojas fluyen, la madera fluye y tú estás contemplando sentado en silencio en la orilla.


Estos son los tres puntos de los que os quería hablar esta mañana. Lo primero es una tremenda valentía al enfrentarse con la mente; lo segundo es no poner restricciones ni condiciones a la mente; lo tercero es no juzgar los pensamientos y deseos que surjan en la mente, no debe de haber juicios de bueno ni malo. Tu actitud debería de ser indiferente. Estos tres puntos son necesarios para entender las perversiones de la mente. Luego, por la tarde y por la noche hablaremos de lo que se puede hacer para librarse de esas perversiones e ir más allá, pero hay que recordar estos tres puntos básicos.


Ahora nos vamos a preparar para la meditación matinal. Primero hay dos temas que tenéis que entender sobre la meditación matinal, y después nos sentaremos a hacerla. La meditación matinal es un proceso muy natural y sencillo. En realidad, todo lo que es importante en la vida es muy sencillo y natural. En la vida, cuanta menos importancia tiene una cosa, más complicada y compleja es. En la vida, cuanto más elevada es una cosa, más sencilla y natural es.


Es un proceso muy natural y sencillo. Lo único que tienes que hacer es sentarte en silencio y escuchar en silencio el mundo de los sonidos que hay a tu alrededor. Escuchar tiene efectos increíbles. Normalmente, nunca escuchamos. Cuando estoy hablando aquí, si crees que estás escuchando, te equivocas del todo. Que un sonido caiga en el oído no significa que estés escuchando.


Si cuando estoy hablando estás pensando a la vez, entonces no estás escuchando, porque tu mente sólo puede hacer una cosa a la vez, no dos. O escuchas o piensas. Mientras estás pensando, la escucha se detiene; mientras estás escuchando, el pensamiento se detiene. Cuando digo que escuchar es un proceso increíble, quiero decir que si escuchas en silencio, el pensamiento se detendrá espontáneamente, porque una de las reglas esenciales de la mente es que es incapaz de hacer dos cosas a la vez, absolutamente incapaz.


Un hombre se puso enfermo. Se le paralizaron las piernas du­rante un año. Los médicos le decían que en su cuerpo no había parálisis, que la mente lo estaba imaginando. ¿Pero cómo podía es­tar de acuerdo? Estaba paralizado. Entonces su casa se incendíó. Cuando se estaba quemando salió todo el mundo corriendo de la casa... y el hombre paralítico también corrió. Hacía un año que no se levantaba de la cama. Mientras salía corriendo pensó:


-iDios mío! ¿Cómo puede ser? Hace un año que ni siquiera me puedo levantar. ¿Cómo he conseguido andar?

El hombre me preguntó sobre esta cuestión y yo le dije:


-La mente no puede pensar en dos cosas a la vez. La parálisis era un pensamiento de la mente, pero cuando la casa se prendió fuego, la mente estaba tan pendiente del fuego que desapareció el primer pensamiento -mis piernas están paraliza­das- iY saliste corriendo de la casa! La mente sólo puede estar profundamente concentrada en una cosa a la vez.


El experimento de esta mañana se trata de escuchar en si­lencio el canto de los pájaros y el viento, toda la cacofonía de los sonidos que te rodean. Escúchalos en silencio. Presta atención sólo a una cosa: «Estoy escuchando. Estoy escuchando con tota­lidad a todo lo que sucede. No estoy haciendo nada más, sólo es­cuchar, escuchar con totalidad».

Insisto en esto porque cuando escuchas con totalidad, el movimiento continuo de tus pensamientos internos se quedará absolutamente quieto, porque las dos cosas no pueden suceder simultáneamente. Así que haz un gran esfuerzo por escuchar. Es un esfuerzo positivo.


Si intentas desterrar los pensamientos empezará a repetir­se el error que te acabo de contar. Es un esfuerzo negativo. Los pensamientos no se pueden desterrar haciendo un esfuerzo para librarse de ellos, pero cuando la energía de la mente que habi­tualmente se destina a pensar empieza a fluir en otra dirección los pensamientos se debilitan automáticamente.

Los médicos del hombre paralizado solían decirle:


-Olvídate de esa idea que tienes en la cabeza de que estás paralizado. En realidad, no estás paralizado.

Pero cuanto más intentaba el hombre desterrar este pensa­miento, más recordaba su parálisis: «si no estoy paralizado ¿por qué sigo repitiendo no estoy paralizado?». Cada vez que repe­tia: «No estoy paralizado» estaba fortaleciendo e intensificando la idea de que estaba paralizado. La mente de este hombre necesi­taba distraerse. No era necesario intentar desterrar el pensa­miento de que estaba paralizado. Si hubiese tenido la oportuni­dad de implicarse en cualquier otra cosa, su parálisis habría desaparecido, porque era una parálisis mental, no física. Era ne­cesario dejar su mente a un lado para que la parálisis desapare­ciera.


Afortunadamente, se le quemó la casa. A veces, lo que pa­rece un desastre acaba siendo una suerte. Esta vez fue una suer­te que se le incendiara la casa a este hombre porque, de repen­te, tuvo que desviar toda su atención hacia el fuego. Su mente se desvió de la parálisis a la que se había estado agarrando y des­apareció el engaño. Era una ilusión, nada más. En la realidad no había cadenas sino una maraña de pensamientos. Cuando la mente del hombre se distrajo, sus pensamientos se secaron y se quedaron sin vida, porque los pensamientos toman vida por la atención que les prestas.


Los pensamientos no tienen vida propia. Cuanta más aten­ción le das a un pensamiento, más vivo se vuelve. Cuanto más le retiras la atención, más muerto está. Si les retiras totalmente la atención, los pensamientos se quedan sin vida, se mueren y des­aparecen inmediatamente.


Por eso estoy diciendo que debes poner toda la atención en escuchar. Decide que debes prestar atención absoluta hasta al menor canto de un pájaro, no debes dejarlo pasar por alto. De­bes escucharlo todo, cualquier cosa que suceda a tu alrededor. Entonces, finalmente te darás cuenta de que la mente entra en un silencio profundo, los pensamientos se desvanecen.


Sólo debes hacer una cosa: relajar tu cuerpo. Ayer te dije que tensaras primero la mente, pero es posible que me hayas malinterpretado. Relaja la mente, no la tenses. No es necesario, porque si adquieres el hábito de tensar la mente, eso mismo se convertirá en un problema. Olvídate de esa idea; no formaba parte de esta meditación. Te lo dije para que vieras la diferen­cia que hay entre tener la mente tensa y relajada. Pero, por aho­ra, olvídate de todo lo que no entiendas. Simplemente, relaja la mente.


Por favor, sentaos todos a una cierta distancia del otro. Na­die debería estar en contacto con nadie. Poneos aquí delante. Venid aquí o id al fondo, pero no debéis estar en contacto.


Deja que el cuerpo se relaje totalmente y después cierra len­tamente los ojos. Los ojos deben estar suavemente cerrados, sin forzarlos. No debes apretarlos; si no, sentirás que los estás forzando. Los músculos de los ojos están muy relacionados con la mente, permite que se relajen. Deja que tus párpados caigan como los de un niño. Deja que los párpados caigan lentamente, relajadamente. Después relaja los músculos de la cara y la cabe­za. Has visto la cara de un niño, totalmente relajada, sin tensiones. Haz que tu cara esté así, absolutamente suelta y relajada. Deja que se relaje también el cuerpo. Cuando todo esté relajado es­pontaneamente la respiración también será relajada y tranquila.


Después haz sólo esto: escucha en silencio todos los sonidos que te rodean. Un cuervo emitirá un sonido, un pájaro emitirá un sonido, un niño hablará en la calle... escúchalo todo en si­lencio. Sigue escuchando y escuchando, y escuchando, y todo se quedará en silencio en tu interior.


Escucha, escucha en silencio durante diez minutos. Deja que toda la atención se centre en esuchar.

Solamente escucha, no hagas nada más.

Escucha los pájaros cantan, el viento sacude los árboles, cualquier sonido que oigas, escúchalo atentamente.

Escucha y poco a poco, en tu inferior, empezará a susurrar el silencio

La mente se está quedando tranquila. Sigue escuchando y escuchando. La mente se está quedando tranquila, la mente se está quedando tranquila... la mente se está quedando tranquila...


-La mente se ha quedado tranquila, la mente se ha quedado absolutamente tranquila. Hay un profundo silencio en tu inte­rior. Escúchalo, solamente escúchalo. Escucha... y poco a poco la mente se queda en silencio.


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