"La esencia de la grandeza radíca en la capacidad de la realización personal propia en circunstancias en las que otros optan por la locura." - Dr. Wayne W. Dyer

Osho: El libro del Hara, Sexto capitulo, segunda parte


Un pobre campesino de un pueblo compró un joven cabri­to en la ciudad. Cuando empezó a dirigirse hacia su pueblo con el cabrito, a varios rufianes de la ciudad se les ocurrió que si conseguían arrebatarle el cabrito de alguna forma disfrutarían de una buena comida y lo festejarían. Podrían invitar a sus amigos y hacer una fiesta. ¿Pero cómo iban a arrebatárselo?
El campesino analfabeto tenía aspecto de ser un hombre fuerte y sano, mientras que los rufianes de la ciudad eran débi­les y enclenques. Si le quitaban el cabrito directamente esto desembocaría en una pelea, podrían tener problemas, por eso te­nían que tener mucho cuidado y engañarle. Decidieron tenderle una trampa.

Cuando el pueblerino estaba a punto de salir de la ciudad, uno de los cuatro rufianes se le acercó en la carretera y le dijo:

-Hola. Buenos días.
-Buenos días -respondió él.

Entonces el rufián miró hacia arriba y le preguntó:

-¿Por qué llevas ese perro a hombros?
En efecto, llevaba su cabrito a hombros.
-¿Dónde has comprado ese perro? Es un buen perro.
El campesino respondió:

-¿Estás loco? iNo es un perro! He comprado una cabra, un cabrito.
El hombre le dijo:
-Como vuelvas a tu pueblo cargando con un perro la gente pensará que te has vuelto loco. ¿Realmente crees que es un perro?
Y el hombre siguió su camino.

El campesino se rió y pensó que todo esto era muy extra­ño, pero tocó las patas de la cabra para comprobar que era una cabra y no un perro...; éste había sido el pretexto del rufián. El campesino comprobó que era realmente una cabra y sintiéndo­se más tranquilo siguió caminando.

En la siguiente calle se encontró con el segundo rufián:

-Hola, has comprado un perro muy bueno -le dijo- Yo también quiero uno. ¿Dónde lo has comprado?
Ahora el campesino no podía decir que no era un perro con la misma seguridad, porque el segundo hombre le estaba di­ciendo lo mismo y dos personas no pueden equivocarse.
A pesar de todo, se rió y díjo:
-No es un perro, señor, es una cabra.

El hombre le dijo:

-¿Quién te ha dicho que es una cabra? Me parece que te han engañado. ¿Qué clase de cabra es esa?
Y después se marchó.

El campesino bajó la cabra de sus hombros para ver lo que pasaba, pero decididamente era una cabra, las dos personas es­taban equivocadas. Pero empezó a tener miedo de estarse engañando.
Empezó a tener un poco de miedo mientras seguía cami­nando por la carretera cuando se encontró a la tercera persona que le dijo:

-Hola. ¿Dónde has comprado ese perro?

Esta vez ya no tuvo el valor de decir que era una cabra y em­pezó a pensar que quizás no debería llevarla al pueblo: había mal­gastado el dinero y en el pueblo se reirían de él; la gente pensa­ría que se había vuelto loco.

Mientras pensaba esto se encontró con el cuarto hombre, que le dijo:
-Es extraño, nunca he visto llevar un perro a hombros. ¿Te piensas que es una cabra?
El aldeano miró a su alrededor y al ver que estaba solo y no había nadie alrededor soltó a la cabra y salió cortiendo hacia su pueblo. Había perdido sus cinco rupias pero al menos no di­rían que estaba loco.

Y los cuatro rufianes se llevaron la cabrita. Al campesino le costaba creer que lo que le decían estaba mal, porque las cuatro personas le habían repetido lo mismo una y otra vez, y si los que te lo dicen están vestidos de religiosos, es todavía más difícil. Y si esas personas son los supuestos modelos de la verdad y la sinceridad, se vuelve todavía más di­ficil. Y cuando son sinceros renunciantes del mundo se vuelve todavía mucho más dificil, porque no hay ninguna razón para no creer lo que están diciendo. No es que te estén engañando necesariamente, el noventa y nueve por ciento de las veces son personas que tienen una concepción equivocada y ellos mismos han sido engañados. No quiere decir que sean estafadores, sino que están en la misma brecha que tú.

Hay algo cierto: mientras el hombre siga creyendo, seguirán aprovechándose de él. Mientras se le pida al hombre que crea, no estará libre de la explotación. Puede ser la creencia de un hindú; un jainista, un musulmán o de cualquier otro; puedes ser un comunista o un no comunista, lo que sea pero mientras se le diga al hombre que crea lo que los demás están diciendo y le digan que: «Si no crees, sufrirás, y si crees serás feliz»; mientras se siga usando este truco, es muy difícil que un hombre reuna suficiente valor como para librarse de la maraña de pensamientos que tiene en su interior.

¿Qué os quiero decir? Os quiero decir qué si queréis libra­ros de la maraña de pensamientos que se ha formado en vuestro interior -a la que han contribuido miles de siglos, en la que se han ido acumulando las impresiones de cientos de años-, tenéis que entender esta cuestión a fondo: no hay nada tan suicida como la creencia. Tenéis que entender definitivamente que la creencia, creer ciegamente, aceptar en silencio con los ojos cerrados, ha sido la razón fundamental de que vuestras vidas ha­yan estado mutiladas hasta ahora.

Pero todo el mundo te pide que le creas; dicen que les creas a ellos y no creas a los demás. Dicen: «No creas a los demás, por­que están equivocados. Yo tengo razón, créeme».
Quiero que sepas que es destructivo creer en alguien, y que será perjudicial para tu vida. iNinguna creencia, no tengas nin­guna creencia en absoluto! Quien convierta un sistema de creen­cias en la base de su vida está entrando en el mundo de la ce­guera, en su vida nunca podrá haber luz. Nunca podrá conseguir que haya luz. Quien cree en los demás nunca será capaz de co­nocerse a sí mismo.

¿Os estoy pidiendo que seáis descreídos? No; tampoco es necesario ser descreído. Pero piensas que si no crees algo signi­fica que eres un descreído. Esta idea está absolutamente equivocada. Existe un estado mental en el que no hay creencias ni descreencias... El descreimiento es una forma de creencia. Cuan­do dices que no crees en Dios, ¿qué estás diciendo? Estás di­ciendo que crees en la no existencia de Dios. Cuando dices: «No creo en el alma», estás diciendo que crees en la no existencia del alma. La creencia y la descreencia son dos cosas parecidas, no hay diferencia entre ellas. La creencia es positiva y la descreen­cia es negativa. La creencia es una fe positiva y la descreencia es una fe negativa, pero las dos son fe.

Una persona puede estar libre de su maraña interna de pen­samientos cuando se libera de su fe y su creencia, cuando está li­bre de fijarse constantemente a los demás para conocer su pun­to de vista, cuando renuncia a la idea de que cualquiera le puede dar la verdad. Siempre que una persona siga creyendo que hay otra que le puede dar la verdad, de una forma u otra seguirá atado. Si se libera de alguien y se ata a otro, si se libera del ­segundo y se ata a un tercero, no se liberará de su yugo. Pero li­brarse de uno y atarse a otro siempre te consuela durante un rato.

Cuando un hombre muere, cuatro personas llevan su cuer­po sobre sus hombros en un féretro hasta el cementerio; cuan­do les empieza a doler un hombro se cambian de hombro. Durante un rato descansa el hombro cansado y después empieza a cansarse el otro y se vuelven a cambiar de hombro. La persona que cambia sus creencias sólo está cambiando de un hombro a otro, pero el peso sigue estando presente, no hay ninguna dife­rencia. Uno consigue aliviarse sólo un rato.

Si un hindú se convierte en musulmán, si un musulmán se convierte en jainista, si un jainista se convierte en cristiano, si alguien abandona todas las religiones y se vuelve comunista o alguna otra cosa, está renunciando a un sistema de creencias para aferrarse a otro; en la carga de su mente no habrá ninguna dife­rencia. Se sentirá aliviado un rato, pero sólo es un cambio de peso en sus hombros. Este tipo de alivio no es significativo.

He oído decir que había dos hombres en un pueblo, uno era teísta, teísta extremo, y el otro era ateo, ateo extremo. Todo el pueblo estaba preocupado a causa de estos dos hombres. Los pueblos siempre tienen problemas por culpa de la gente así. El teísta se pasaba día y noche explicando la existencia de Dios, y el ateo refutándola día y noche. La gente del pueblo se encontró con un enorme problema a la hora de decidir a quién debían seguir. Finalmente, decidieron que, ya que tenían tantos proble­mas, deberían decirles a los dos hombres que debatiesen entre ellos en presencia de todo el pueblo. Y la gente del pueblo dijo:

-Seguiremos al ganador. No nos creéis complicaciones. De­béis debatir entre vosotros, y nosotros seguiremos al ganador.

Una noche, una noche de luna llena, se organizó el debate en el pueblo. Todo el pueblo se había congregado. El teísta ex­plicó las teorías del teísmo, planteó todos sus argumentos y re­futó el ateísmo. Después el ateo refutó el teísmo y planteó sus ar­gumentos a favor del ateísmo. El debate se prolongó toda la noche y por la mañana el resultado era que el teísta se había convertido en ateo y el ateo en teísta. A cada uno de ellos le ha­bían gustado los argumentos del otro.

Pero el problema de los aldeanos seguía siendo el mismo; no se había resuelto. Los dos hombres se habían convencido tan totalmente el uno al otro que los dos se convirtieron. Se­guía habiendo un ateo y un teísta en el pueblo, la suma total no había variado y el pueblo seguía teniendo el mismo pro­blema.

Si sustituyes una creencia por otra, esto no cambiará tu vida en nada. El problema de tu ser seguirá siendo el mismo, no ha­brá cambiado. El problema de tu ser no tiene nada que ver con ser hindú o musulmán, jainista, cristiano, comunista o fascista; el problema de tu ser es que crees. Mientras sigas creyendo, estarás esclavizado, estarás encerrando en una cárcel y estarás atado de una forma u otra, en un sitio u otro.

¿Cómo puede librarse de los pensamientos una persona que está aprisionada, una mente aprisionada? ¿Cómo puede librarse de los pensamientos a los que se está aferrando con todo su ser y en los que cree? ¿Cómo puede librarse de ellos? Es muy difí­cil. Únicamente puedes librarte de ellos si eliminas la piedra fun­damental.

La piedra fundamental que está en la base de la pila de pen­samientos es la creencia. El hombre ha aprendido a pensar ba­sándose en la creencia; y cuando los pensamientos se agarran con fuerza a la mente también lo hace el miedo: «¿Qué me su­cederá si los abandono?». El hombre dice que sólo podrá renun­ciar a sus pensamientos actuales si le dan algo mejor a lo que agarrarse, pero la idea de abandonar, la idea en sí de agarrarse a algo no ha penetrado en su mente.

La libertad, la liberación de la mente, no sucede al cambiar nuestras creencias sino al librarnos de la creencia misma.

Buda estaba visitando un pequeño pueblo. Unas personas le trajeron a un ciego y dijeron:

-Este hombre es ciego y nosotros somos sus amigos más íntimos. Aunque le hemos intentado convencer de todas las formas posibles de que la luz existe no está dispuesto a ­aceptar este hecho. Tiene unos argumentos imposibles de rebatir. Aunque nosotros sabemos que la luz existe, tenemos que acep­tar nuestra derrota. Él dice que quiere tocar la luz. ¿Cómo po­demos conseguir que toque la luz? El hombre dice: «De acuer­do, si no puedo tocarla, quiero escucharla. Tengo oídos, haced el sonido de la luz para que pueda escucharlo. Si eso tampoco es posible, entonces quiero probarla, o si la luz tiene fragancia, quiero olerla».

No había forma de convencer a este hombre. La luz sólo se puede ver si tienes ojos, y él no tenía ojos. Se quejaba a la gen­te del pueblo de que para demostrar que él era ciego le hablaban de la luz innecesariamente. Creía que se habían inventado la historia de la luz únicamente para demostrar que era ciego.

Esta gente le pidió a Buda si tal vez él podría conseguir que su ciego comprendiera, ya que el ciego se iba a quedar en el pue­blo un tiempo.

Buda dijo:

-Yo no estoy tan loco como para intentar convencerle. Los problemas de la humanidad han sido originados por la gente que ha intentado explicar cosas a los que no pueden ver. Los predicadores son una plaga para la humanidad, dicen cosas que la gente no puede entender.

Así que dijo:

-No cometeré esa equivocación. No le explicaré a este hombre que existe la luz. Le habéis traído a la persona equivo­cada. No hacía falta que me lo trajerais, llevadlo mejor a un mé­dico que pueda tratar sus ojos. No necesita predicadores, nece­sita un tratamiento. No se trata de darle explicaciones o de que crea lo que le decís; es cuestión de tratarle los ojos. Si se cura los ojos, no será necesario que le expliquéis nada, él mismo será ca­paz de verlo, él mismo será capaz de saberlo.

Buda estaba diciendo que no consideraba que la religión fuese una enseñanza filosófica, sino una cura práctica. De modo que recomendó que llevaran al ciego a un médico.

A los aldeanos les gustó lo que Buda les dijo, llevaron al cie­go a un médico para que le diera un tratamiento y afortunadamente­ al cabo de unos meses se curó. El ciego se postró a los pies de Buda y dijo:

-Estaba equivocado. Existe la luz, pero yo no la podía ver.

Buda le respondió:

-Es cierto que estabas equivocado. Pero tus ojos se han curado porque te has negado a creer lo que los demás te decían hasta que no lo has experimentado tú mismo. Si hubieses acep­tado lo que tus amigos te decían, ahí se habría acabado la cues­tión y no se habría planteado la posibilidad de un tratamiento para tus ojos.

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