"La esencia de la grandeza radíca en la capacidad de la realización personal propia en circunstancias en las que otros optan por la locura." - Dr. Wayne W. Dyer

Osho: El libro del Hara, capitulo 8, El Amor no Tiene un Yo, segunda parte


Una vez la oscuridad fue a ver a Dios y le dijo:

El sol me está persiguiendo. Me está molestando mucho, me sigue de la mañana a la noche, y cuando llega la noche estoy muy cansado. Y cuando todavía es de noche y no he terminado de dormir y descansar, empieza a perseguirme otra vez. Yo no re­cuerdo haberle hecho nada, no creo que le haya hecho enfadar­se nunca.

¿Por qué me persigue? ¿Por qué me está atosigando? Entonces, Dios llamó al sol y le preguntó:

-¿Por qué estás persiguiendo a la pobre oscuridad? Siempre está moviéndose, escondiéndose y resguardándose aquí y allá. ¿Por qué la persigues todo el tiempo? ¿Por qué lo haces?

El sol dijo:

-¿Quién es la oscuridad? Todavía no me la he encontrado.

Ni siquiera la conozco. ¿Quién es la oscuridad? ¿Qué es la os­curidad? Nunca la he visto, no la conozco. Pero si he cometido algún error sin saberlo, estoy dispuesto a pedir perdón. Y cuan­do la conozca, dejaré de perseguirla.

Dicen que han pasado millones y trillones de años desde este incidente, pero el caso sigue pendiente en los archivos de Dios. Sin embargo, Dios no ha podido reunir a la oscuridad y el sol. Y te digo que no será capaz de hacerlo tampoco en el futu­ro, por muy todopoderoso que sea. Ni siquiera el todopoderoso tiene la capacidad de poner al sol y la oscuridad frente a frente, porque la oscuridad y la luz no pueden coexistir.

Hay un motivo por el que no pueden coexistir. El motivo es que la oscuridad no tiene entidad propia, de modo que no puede existir delante del sol. La oscuridad sólo es la ausencia de luz; ¿cómo es posible que existan a la vez la ausencia y la pre­sencia? La oscuridad sólo es la ausencia de luz. La oscuridad en sí misma no es nada, sólo es la ausencia del sol, sólo es la ausencia de luz. ¿Cómo puede existir la ausencia de luz? ¿Cómo pueden existir ambas a la vez? Dios no será capaz de solucio­narlo nunca.

Del mismo modo, el ego y el amor no pueden coexistir. El ego es como la oscuridad: es la ausencia de amor, no es la pre­sencia de amor. El amor está ausente en ti, de modo que sigue re­verberando la voz de tu yo. Y con la voz de tu yo dices: «Quie­ro amor, quiero dar amor, quiero recibir amor». ¿Te has vuelto loco? Nunca va a haber una relación entre el yo y el amor. Y este yo sigue hablando de amor, diciendo: «Quiero rezar, quiero alcanzar a Dios, quiero liberarme».

Esto es lo mismo que cuando la oscuridad dice: «Quiero abrazar al sol, quiero amar al sol, quiero ser un invitado en la casa del sol». Esto es imposible.

El yo es la ausencia misma de amor, es la falta de amor. Y cuanto más fortaleces esa voz de tu yo, menos posibilidades ten­drás de encontrar el amor dentro de ti. Cuanto más ego hay, más ausente está el amor. Y cuando hay un ego absoluto, el amor muere totalmente.

No puede haber amor en tu interior porque si miras dentro verás que siempre está resonando la voz de tu ego, constante­mente, veinticuatro horas al día. Respiras con este yo, bebes agua con este yo, entras en el templo con este yo. ¿Qué háy en tu vida aparte de este yo?

Tu ropa es la ropa de tu yo, tu postura es la postura de tu yo, tu sabiduría es la sabiduría de tu yo, tu práctica espiritual, tu ayudar a los demás, es el ayudar a tu yo, tu todo -incluso tu meditación- es también la meditación de tu yo. Dentro de ti surge un fuerte sentimiento: «Yo soy el meditador. Yo no soy un cabeza de familia, no soy una persona corriente, soy un meditador. Soy un ayudante; soy una persona culta, soy rico», soy esto, soy aquello...

La casa que se ha construido alrededor de esto nunca co­nocerá el amor. Y entonces, la música que debería llevar al corazón a la esencia más profunda, que debería familiarizado con las ver­dades de la vida, no surgirá de la veena del corazón. Esa puerta no se abrirá, permanecerá siempre cerrada.

Hay que entender absolutamente bien lo fuerte que es tu yo, lo profundo que es. Y tienes que ver claramente si lo estás for­taleciendo más, si lo estás haciendo más profundo, si le estás dando cada vez más fuerza. Y si tú mismo lo estás fortaleciendo, abandona toda esperanza de que pueda surgir el amor dentro de ti, o de que pueda abrirse el nudo cerrado del amor, o de po­der alcanzar el tesoro del amor. Renuncia a esa idea, no hay nin­guna forma de que esto suceda.

No te digo que empieces a amar, porque el ego también puede decir: «Soy un amante y amo».
El amor que proviene del ego es absolutamente falso. Por eso te digo que tu amor es falso, porque viene del ego, es la som­bra del ego. Y recuerda, el amor que sale del ego es más peligroso que el odio, porque el odio es claro, simple y directo, pero el amor que aparece con una cara falsa será difícil de reconocer.

Si eres amado por un amor que sale del ego, al cabo de un tiempo sentirás que estás atado a unas cadenas de hierro en lu­gar de unos brazos amorosos. Al cabo de un tiempo te darás cuenta de que el amor que da hermosos discursos y te canta be­llas canciones sólo está haciendo propuestas tentadoras, en esas canciones hay mucho veneno. Y si el amor que llega en forma de flores es una sombra del ego, cuando toques las flores te pin­charás con las espinas.

Cuando la gente va a pescar ponen un cebo en el anzuelo. El ego quiere convertirse en el amo de los demás, quiere poseer­los, por eso los engancha profundamente con el cebo del amor. Y mucha gente acaba sufriendo y penando por la ilusión del amor. La gente no sufre tanto ni siquiera en el infierno. Y por esa ilusión del amor, la tierra entera, toda la humanidad, está sufriendo. Pero, sin embargo, no entiendes que el amor del ego es falso. Es el motivo por el que se ha creado este infierno.

El amor al que está apegado el ego es una forma de celos, y por eso no hay nadie tan celoso como los amantes. El amor que está apegado al ego es una conspiración y un truco para poseer al otro. Es una conspiración: por eso no hay nadie tan asfixian­te como alguien que te dice que te quiere. Esta situación se crea porque el supuesto amor proviene del ego. Y nunca puede haber una relación entre el amor y el ego.

Jalaluddin Rumi solía cantar una canción, una canción muy bonita; iba de pueblo en pueblo cantando esa canción. Siempre que la gente le preguntaba que les dijera algo de Dios, él cantaba esta canción. Y la canción era maravillosa.

En esa canción decía que el amado fue a la habitación de su amada y llamó a la puerta, y la amada dijo:

-¿Quién eres?

El amado dijo:

-Soy tu amado.

Dentro de la habitación sólo había silencio. No hubo ninguna respuesta, no se oyó ninguna voz.

El amado empezó a golpear la puerta con fuerza otra vez, pero parecía que no había nadie.

Empezó a gritar:

-¿Por qué estás en silencio? ¡Contéstame! Soy tu amado.

Estoy aquí.

Pero cuanto más fuerte decía « ¡Estoy aquí: soy tu amado!», más silenciosa estaba la casa, como un cementerio. No llegaba ninguna respuesta de dentro.

Entonces empezó a golpearse la cabeza contra la puerta y dijo:

- ¡Contéstame, aunque sólo sea una vez!

Y llegó una respuesta del interior:

-En esta casa no puede haber sitio para dos. Tú dices: «Es­toy aquí, soy tu amado», pero ya estoy presente yo. No hay sitio para dos. La puerta del amor sólo se abre para los que han per­dido el ego. ¡Vete!. Vuelve otro día.

El amado se fue. Rezó y meditó durante años. Pasaron mu­chas lunas, muchos amaneceres y puestas de sol pasaron muchos años, y después volvió a su puerta. Volvió a llamar y oyó la mis­ma pregunta:

-¿Quién eres?

Esta vez el amado dijo:

- ¡El yo no existe! ¡Sólo tú existes!

Jalaluddin Rumi dijo que, en ese momento, se abrió la puerta.

¡Yo no le habría abierto la puerta! Jalaluddin murió hace muchos años, por eso no tengo forma de decirle que no era el momento adecuado de abrir la puerta. Él permitió que se abrieran demasiado pronto las puertas, porque alguien que dice «Sólo tú existes» sigue experimentándose a sí mismo como un yo. Úni­camente alguien que no te experimenta como un “tú” tampoco se experimenta a sí mismo como un yo.

Por eso, aunque es un error decir que el amor no contiene a dos, también es un error decir que el amor sólo contiene a uno. En el amor no existen ni dos ni uno. Si existe el sentimiento del uno, has de saber que el otro también está presente, porque sólo el otro puede tener conocimiento del uno. Cuando el «tú» está presente, el yo también lo está.

Yo habría vuelto a expulsar a ese amante. Él dijo:

-El yo no existe, sólo tú existes.

Pero quien lo dice está ahí, totalmente ahí. Sólo ha apren­dido un truco.

La primera vez contestó:

-Soy yo.

Y las puertas siguieron cerradas; después de varios años de contemplación decidió decir:
-Yo no existo, sólo tú existes.

Pero, ¿quién estaba diciendo esto? Y ¿por qué lo estaba di­ciendo? Alguien que conoce el «tú» también conoce el yo.

Recuerda que el “tú” es la sombra del yo. Para quien el yo ha desaparecido, tampoco hay ningún tú.

Yo habría vuelto a expulsar al amante porque la amada dijo: -No hay espacio para dos.
El hombre no lo entendió y empezó a gritar y a decir: ¿Dónde están esos dos? Ahora que yo no existo, sólo es­tás tú.

Pero la amada le debería haber dicho que se fuera porque sólo había aprendido un truco: seguía viendo a dos personas. La amada dijo que si ya no había dos, el amado ni siquiera habría in­tentado que ella abriera la puerta, porque ¿quién está pidiendo que se abra la puerta? ¿Y quién piensa él que le va a abrir? En una casa donde hay dos no puede haber amor.

Mi versión es que el amado se fue. Pasaron los años y no volvió. No volvió nunca. Entonces, la amada fue a buscarle.

Yo digo que el día que la sombra de tu yo desaparezca, el día que no quede ni yo ni tú, ese día no tendrás que seguir buscan­do lo divino, lo divino vendrá a buscarte a ti.

Ningún hombre puede buscar lo divino porque no tiene la ca­pacidad de buscar algo así. Pero cuando alguien está listo para des­aparecer, cuando alguien está listo para no ser nadie, cuando al­guien está listo para convertirse en vacío, entonces, indudable­mente, lo divino lo encontrará. Sólo lo divino puede buscar al hombre, el hombre nunca puede buscar lo divino porque incluso en esa búsqueda está presente el ego: «Yo estoy buscando, quiero alcanzar a Dios; he logrado tener riquezas, he logrado una posición en el parlamento, tengo una casa grande», ahora sólo queda el último objetivo, «también quiero alcanzar lo divino. ¿Cómo puedo renunciar al prestigio de alcanzar a Dios?». Esto es una proclama­ción, una obstinación y una búsqueda del ego mismo.

Una persona religiosa no es aquella que sale en busca de lo divino: una persona religiosa es aquella que sale en busca de su yo, y cuanto más busca, más se dará cuenta de que ese yo no existe. Y el día que ya no quede yo será el día que se abra para él la puerta que esconde al amor.

La última cosa es: búscate a ti mismo, no a lo divino.

No sabes nada en absoluto sobre el ser supremo. No vayas buscando lo divino porque no tienes ni la menor idea de lo divino. ¿Cómo vas a buscar algo que no conoces? ¿Dónde vas a buscar a alguien que no tiene domicilio? ¿Dónde vas a buscar a alguien so­bre el que no tienes ninguna información? ¿Dónde vas a buscar a alguien que no tiene principio ni final, alguien que no sabes dón­de se encuentra? iTe volverás loco! No sabrás dónde mirar.

Pero sí sabes una cosa: sabes que este yo es tuyo. Lo prime­ro es buscar este yo, descubrir lo que es, dónde está y quién es. Y mientras lo buscas te asombrarás al darte cuenta de que este yo no existe, era una noción absolutamente falsa. Tu imagina­ción creía que existía un yo, era una ilusión que tú estabas ali­mentando.

Cuando nace un niño, le pones un nombre para que sea más cómodo. A uno lo llamas Ram, a otro Krishna, a otro otra cosa. Nadie nace con un nombre, los nombres se ponen por comodidad. Pero más adelante, después de oír el nombre constan­temente, la persona se cree que este es su nombre: yo soy Ram, yo soy Krishna. Y si dices algo malo de Ram, estará dispuesto a pelearse contigo; le has insultado. ¿Y de dónde ha sacado ese nombre?

Nadie nace con un nombre, todo el mundo nace sin nom­bre. Pero el nombre tiene una utilidad social. Es difícil clasificar sin poner un nombre, por eso ponemos nombres. Te ponemos un nombre para que los demás te puedan identificar; tiene una uti­lidad social. Y si usas tu propio nombre para referirte a ti mismo, entonces será confuso; ¿te estás refiriendo a ti mismo o a otra persona? Para evitar confusiones te llamas a ti mismo yo; «tú» es la forma de nombrar al otro. Los dos nombres son imaginarios, son conveniencias sociales. Y construyes tu vida alrededor de esos dos nombres que sólo son palabras vacías, nada más. De­trás de ellas no hay ninguna verdad, detrás de ellas no hay sus­tancia. Sólo son nombres, etiquetas.


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