"La esencia de la grandeza radíca en la capacidad de la realización personal propia en circunstancias en las que otros optan por la locura." - Dr. Wayne W. Dyer

Osho: El libro del Hara, tercer capitulo, primera parte

EL OMBLIGO: LA MORADA DE LA LIBERTAD

Amados míos:

¿Cómo puede estar la vida del hombre centrada en su ser, cómo puede experimentarse a sí mismo, cómo puede alcanzar su propio ser? Hemos hablado de esto en los dos discursos anteriores. Han surgido algunas preguntas más. En respuesta os voy a hablar ahora sobre tres temas. Mañana y pasado mañana con­testaré a las preguntas que no están relacionadas con la exposi­ción de hoy.
Ahora contestaré a las preguntas que están relacionadas con la exposición de hoy dividiéndolas en tres temas.

El primer tema es sobre cómo el hombre debería vivir su vida desde el centro del ombligo, centrado en el yo, centrado en su ser. Antes de empezar, me gustaría hablar de otras tres mane­ras significativas a través de las cuales se puede despertar la ener­gía que está latente en el ombligo. Una vez que se ha despertado, éste se convierte en una puerta por la que el hombre puede ex­perimentar una consciencia diferente a la de su cuerpo. Os diré cuáles son las tres maneras y después hablaré sobre ellas.

La primera es una dieta correcta, la segunda es un trabajo correcto y la tercera es un sueño correcto. Una persona que no tiene una dieta correcta, un trabajo correcto y un sueño correc­to nunca podrá estar centrada en el ombligo. El ser humano ha perdido contacto con estas tres cosas.

El hombre es la única especie cuya dieta no es predecible. La dieta de todo el resto de los animales es fija. Sus necesidades físicas básicas y su naturaleza deciden lo que deberían comer y lo que no deberían comer, cuánto deberían comer y cuánto no, cuándo deberían comer y cuándo deberían parar. Pero el hom­bre es absolutamente impredecible, no es fijo en absoluto: su naturaleza no le dice lo que debería comer, su ingenio no le dice cuánto debería comer y su entendimiento no decide cuándo de­bería dejar de comer. Ya que ninguna de estas cualidades del hombre son predecibles, la vida del hombre ha tomado una di­rección incierta. Pero con un poco de entendimiento, si el hom­bre empieza a vivir al menos con un poco de inteligencia, con un poco de cuidado, abriendo un poco los ojos, entonces no será difícil en absoluto cambiar a una dieta correcta. Es muy fácil; no hay nada más fácil que eso. Para entender la dieta correcta podemos dividirla en dos partes.

La primera: ¿qué debería comer el hombre y qué no? El cuerpo del hombre está compuesto de elementos químicos; el proceso del cuerpo es casi todo química. Si se introduce alcohol en el cuerpo del hombre, su cuerpo se verá afectado por la sus­tancia química: se intoxicará, quedará inconsciente. La química del tóxico afectará a su cuerpo sin importar lo sano o pacífico que sea este hombre. Por muy santo que sea, si le das veneno, morirá.

Sócrates murió envenenado y Gandhi murió de un disparo. La bala no distingue si el hombre es un santo o un pecador; el ve­neno tampoco distingue si se trata de Sócrates o de una perso­na corriente. Los tóxicos dañinos, los venenos y la comida tam­poco pueden distinguir quién o qué eres. Tienen una función directa: entran en la química del cuerpo y empiezan a actuar. Del mismo modo, cualquier alimento tóxico empieza a perju­dicar y provocar molestias en la consciencia del hombre. Cual­quier alimento que provoca algún tipo de inconsciencia en el hombre, algún tipo de excitación, algún tipo de adversidad, al­gún tipo de molestia, es perjudicial. Y el perjuicio más profun­do y fundamental es cuando estas cosas empiezan a llegar hasta el ombligo. ­

Tal vez no seas consciente de que en la naturopatía de todo el mundo para sanar el cuerpo se utilizan las cataplasmas, la co­mida vegetariana, la comida ligera, las tiras de tela empapadas en agua y los baños. Pero ningún naturópata ha entendido todavía que la cuestión del efecto sobre el cuerpo de las tiras de tela empapadas, las cataplasmas y los baños no se deben tanto a sus cualidades especiales sino al modo en que afectan al centro del ombligo. El centro del ombligo afecta después al resto del cuer­po. Todas estas cosas -el barro, el agua, los baños- afectan a la energía latente que hay en el centro del ombligo y cuando sur­ge esta energía la persona empieza a sanarse.

Pero la naturopatía todavía no se ha dado cuenta de esto. iLa naturopatía cree que tal vez los efectos beneficiosos provengan de las cataplasmas, los baños o la tiras húmedas aplicadas en el abdomen! Sí tienen beneficios, pero los beneficios reales pro­vienen del despertar de la energía latente en el centro del om­bligo.

Si se maltrata el centro del ombligo, si se sigue una dieta equivocada, una mala alimentación, poco a poco, el centro del ombligo se queda en estado latente y su energía se debilita. Entonces, ni siquiera nos damos cuenta de que es un centro. Sólo tenemos conocimiento de dos -centros: uno de ellos es la mente por la que discurren los pensamientos y el otro es el trocito de corazón por el que discurren las emociones. No te­nemos contacto con nada más profundo que esto. Por eso, cuanto más ligera es la comida, menos pesadez provocará en el cuerpo y más valiosa e importante será para el comienzo de tu viaje interior.

Para una dieta correcta, lo primero que hay que recordar es que no debería provocar excitación, no debería intoxicar, no debería ser pesada. Después de comer correctamente no debe­rías sentir pesadez ni somnolencia. Pero probablemente todos sentimos pesadez y somnolencia después de nuestras comidas: esto indica que no estamos comiendo correctamente.

Un gran médico, el doctor Kenneth Walker, ha dicho en su autobiografía que según la experiencia acumulada a lo largo de su vida, la mitad de lo que la gente come llena sus estómagos y la otra mitad llena los estómagos de los médicos. Si comiesen la mitad de lo que comen normalmente, no enfermarían y no ha­bría necesidad de médicos.

Algunas personas enferman porque no tienen suficiente co­mida y otras enferman porque tienen demasiada comida. Algu­nas personas se mueren de hambre y otras de sobrealimentación. Y el número de los que mueren por sobre alimentación siempre ha sido mayor de los que mueren de hambre. Muy po­cas personas mueren de hambre. Aunque una persona se quie­ra matar de hambre, tiene pocas posibilidades de morir hasta que no pasen por lo menos tres o cuatro meses. Cualquier per­sona puede vivir sin comida durante tres meses. Pero si una per­sona se sobrealimenta durante tres meses no tendrá posibilida­des de sobrevivir.

Hay personas cuyas ideas nos provocan una extraña sensa­ción. Hubo un gran emperador llamado Nerón. Tenía dos mé­dicos cuyo trabajo consistía en hacer que vomitara después de cada comida para que pudiera seguir disfrutando de la comida durante quince a veinte veces al día. Comía y después tomaba una medicina que le hacía vomitar para poder volver a disfru­tar de la comida. Pero lo que hacemos nosotros no es muy di­ferente.

Nerón podía tener médicos en su palacio porque era un emperador. Nosotros no somos emperadores, pero tenemos mé­dicos en nuestros barrios. Nerón se obligaba a vomitar todos los días, nosotros nos obligamos a vomitar cada varios meses. Nos ali­mentamos con una dieta equivocada y acumulamos todo tipo de cosas. Después un médico nos hace una limpieza y de nuevo volvemos a comer la comida equivocada. Nerón era un hombre sabio, se hacía una limpieza todos los días. Nosotros sólo lo ha­cemos cada dos o tres meses. Si fuésemos emperadores haríamos­ lo mismo, pero es inútil, no tenemos los medios, de modo que no podemos hacerlo. Nos reímos de Nerón, pero en cierto sentido no somos muy distintos.

Nuestra actitud equivocada hacia la alimentación se está volviendo peligrosa para nosotros. Está demostrando que nos cuesta muy cara. Nos ha llevado hasta el extremo en que apenas estamos vivos. La alimentación no nos proporciona salud, nos proporciona enfermedad. Cuando la alimentación nos pone en­fermos se produce una situación sorprendente. Es como si el amanecer por la mañana provocase oscuridad; esto sería un he­cho igual de sorprendente y muy extraño. Pero los médicos de todo el mundo opinan que la mayor parte de las enfermedades del ser humano se deben a la mala alimentación.

En primer lugar, todo el mundo debería estar muy atento y ser consciente de lo que come. Y digo esto especialmente para el meditador. Para el meditador, estar atento a lo que come, cuánto come y cómo afecta a su cuerpo es algo necesario. Si lo ex­perimentas con atención durante unos meses sin duda encon­trarás cuál es la comida adecuada para ti, qué alimentos te dan tranquilidad, paz y salud. Realmente no es difícil, pero como no prestas demasiada atención a tu alimentación, nunca eres capaz de descubrir cuál es la alimentación correcta.

La segunda cosa sobre la alimentación es que cuando estás comiendo, tu estado mental es mucho más importante que lo que comes. La comida te afectará de un modo distinto si comes con alegría y felicidad que si comes cuando estás lleno de tristeza y preocupaciones.

Si comes cuando estás en un estado de preocupación, has­ta la comida más sana tendrá un efecto venenoso. Y si comes con alegría a veces es posible que ni siquiera un veneno pueda llegar a afectarte totalmente, es muy probable. Por tanto, es muy importante el estado de tu mente cuando estás comiendo.

En Rusia había un gran psicólogo llamado Pavlov. Hizo al­gunos experimentos sobre animales y llegó a una conclusión asombrosa. Experimentó sobre gatos y perros. Le dio de comer a un gato y después lo observó en un aparato de rayos X para ver qué le había sucedido en el estómago después de alimentarse. Cuando la comida entró en el estómago, inmediatamente segre­gó jugos digestivos. Al mismo tiempo pusieron un perro a la ven­tana del cuarto donde estaba el gato. Cuando el perro ladraba y el gato se asustaba, el aparato de rayos X mostró que se detenía la secreción de jugos gástricos. El estómago se cerró; se encogió. Entonces se llevaron al perro, pero durante seis horas el estóma­go del gato siguió en las mismas condiciones. Al cabo de seis ho­ras, cuando empezó a segregar de nuevo jugos gástricos, la comi­da ya no estaba en estado digerible: se había quedado sólida y era difícil de digerir. Cuando la mente del gato se preocupó por la presencia del perro, el estómago dejó de trabajar.

¿Qué pasa con tu situacion? Vives preocupado las veinti­cuátro horas del día. Es un milagro que digieras la comida que comes, ipero la existencia lo consigue a pesar de ti. Tú no tienes deseos de digerirla. Es un absoluto milagro que se pueda digerir. iY también es un milagro que sigas vivo! Tu mente debería es­tar en un estado de gracia y de dicha.

Pero en vuestras casas, la mesa del comedor está en el esta­do más deprimente. La esposa se pasa todo el día esperando a que llegue el marido y todo el dolor emocional que ha ido acumulando en las últimas veinticuatro horas se desata mientras el marido está comiendo. No sabe que está actuando como si fue­se un enemigo. No sabe que está sirviendo veneno en el plato de su marido.

El marido también tiene miedo y está preocupado después de un largo día de trabajo, engulle la comida y se marcha. No tie­ne ni idea de que este acto que ha realizado tan rápido y del que ha huido debería haber sido un acto de devoción. No es algo que haya de hacerse deprisa y corriendo. Se debería hacer igual que se entra en un templo, igual que uno se arrodilla para rezar, igual que alguien se sienta para tocar su veena, o igual que alguien le canta una canción a su amado. Este acto es incluso más importante: está alimentando su cuerpo. Debería hacerse en un estado de tremenda beatitud; debería ser un acto amoro­so y piadoso.

Cuanto más alegre y feliz, y cuanto más relajada y sin preocupaciones esté una persona al comer, más se convertirá su co­mida en una buena alimentación.

Una dieta violenta no significa solamente que una persona coma comida no vegetariana; comer con rabia también es una dieta violenta. Ambas cosas son violentas. Al comer con rabia, al sufrir, al preocuparse, la persona también está comiendo violen­tamente. No se da cuenta en absoluto de que del mismo modo que está siendo violento al comer la carne de algo, también lo es cuando su propia carne arde por dentro a causa de la rabia y la preocupación; ahí también hay violencia. Entonces, la comida que está comiendo no puede ser no violenta.

La otra parte de una buena alimentación es, que deberías comer en un estado de paz y alegría. Si no estás en ese estado, es mejor que esperes y no comas nada durante un rato. Sólo debes alimentarte cuando la mente esté absolutamente preparada. ¿Cuánto tiempo tardará en estar preparada tu mente? Si estás lo suficientemente atentó como para esperar, lo más seguro es que sólo permanezca alterada un día. Pero nunca te has preocupado de escucharla; has convertido la alimentación en un proceso me­cánico. Llenas tu estómago de comida y después abandonas la mesa del comedor; esto ya no es un proceso psicológico y es pe­ligroso.

A nivel corporal una buena alimentación debería ser sana, no debería estimularte y debería ser no violenta; a nivel psico­lógico la mente debería estar en un estado de dicha, gracia y felicidad; y a nivel del alma debería haber un sentimiento de gra­titud, de agradecimiento. Estas tres cosas convierten a la comida en la alimentación correcta.

Deberías sentir: «Estoy agradecido porque hoy tengo comi­da. He recibido otro día de vida y estoy tremendamente agra­decido. Esta mañana me he despertado y sigo vivo; hoy el sol me ha vuelto a dar su luz; hoy podré ver de nuevo la luna; ihoy sigo estando vivo! No era necesario estar vivo, podía haber esta­do en mi tumba, pero de nuevo he vuelto a recibir vida. No me la merezco; la he recibido a cambio de nada». Aunque sólo fuera por este motivo, en tu corazón debería haber un sentimiento de agradecimiento y gratitud. Estás comiendo, estás bebiendo, es­tás respirando, deberías sentirte agradecido por todo esto. De­berías estar agradecido a la vida, al mundo entero, a todo el uni­verso, a la naturaleza, a lo divino: «He recibido un día más de vida. Un día más he vuelto a recibir alimentos. Un día más vuel­vo a ver el sol y las flores. Hoy sigo estando vivo».

Dos días antes de que le llegara la muerte a Rabindranath, dijo: “Señor, iqué agradecido estoy! Oh Dios, ¿cómo podré ex­presarte mi gratitud? Me has dado esta vida cuando no la merecía de ningún modo. Me has dado la respiración cuando no tenía derecho a respirar. Me has dado experiencias de belleza y de dicha sin que yo haya hecho nada para merecerlas. Estoy agradecido. Me colmas con tu gracia. Y si en esta vida que me has dado he recibido algún dolor, algún sufrimiento, alguna preocu­pación, debe haber sido por mi culpa, porque esta vida que me has dado es muy dichosa. Debe haber sido mi culpa. Por eso no te pido que me liberes de la vida. Si crees que lo merezco, vuél­veme a mandar a esta vida una y otra vez. Esta vida tuya es muy dichosa y te estoy absolutamente agradecido”.

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