del Blog de Michael Berg
¿Por qué compartimos? ¿Por qué ayudamos a otros? Muchos de nosotros creemos que hacer buenas acciones es todo lo que cuenta, pero la realidad espiritual es que, a menos que entendamos por qué compartimos, no podremos recibir tanta Luz y bendiciones de estas buenas acciones.
Los Kabbalistas plantean un escenario simple para asistirnos en nuestro entendimiento del compartir. Preguntan, si hay dos personas que necesitan tu ayuda, una es un querido amigo y otra un querido enemigo ¿A cuál escogerías? También explican que este enemigo no es simplemente alguien a quien le desagradas, sino alguien a quien sorprendiste haciendo acciones negativas en el pasado, trataste de disuadirlo de estas acciones, pero no escuchó. Lo sorprendiste robando y trataste de explicarle por qué no debía actuar de esta forma, y no hizo caso a tus palabras y continuó robando. Tienes una historia con esta persona y sabes de las cosas negativas que ha hecho, de las cuales otra gente no sabe. Has intentado ayudarle a cambiar, pero no lo hará. Tu desagrado por esta persona no está basado en heridas personales sino más bien en que conoces verdaderas acciones negativas de ella.
Ahora, tanto tu amigo como tu enemigo se acercan a ti a pedirte ayuda. ¿A quién ayudas? Para la mayoría de nosotros la respuesta es simple: Desde luego que ayudaríamos a nuestro amigo en vez de ayudar a esta persona que no es sólo un enemigo, sino que es negativa a un grado cuyos alcances sólo nosotros conocemos.
Pero la respuesta no es simple. Los kabbalístas declaran algo asombroso. En este caso, si elegimos ayudar a nuestro amigo, no recibimos casi nada de Luz de esta acción de compartir. La mejor acción en este caso sería ayudar a nuestro enemigo. Es sólo con esta acción que traeremos Luz a nuestras vidas.
Para entender esta enseñanza, necesitamos aclarar el propósito de nuestras acciones de compartir e incluso el propósito de nuestras vidas. Los kabbalístas explican que no se supone que debemos sólo ser buenas personas, o simplemente gente espiritual que comparte. Más bien, nuestro objetivo en la vida, y la única manera en la que alcanzaremos la plenitud, es estar constantemente cambiando nuestra verdadera naturaleza interna; ir de una naturaleza basada en el ego y autocentrada con la que nacemos, a una verdadera naturaleza altruista.
Las personas pueden llevar a cabo muchas acciones de compartir y aún así no cambiarse a sí mismas. La única forma de asegurarnos de que nuestras acciones nos están transformando, es tomar la ruta incómoda. Compartir no cuando nos es fácil y queremos, sino compartir cuando es difícil y no queremos. Es claro que en este caso, cuando tenemos la opción entre una acción de compartir que preferimos hacer y otra que rechazamos con fuerza, la única acción que nos ayudará en nuestro cambio es la que no queremos realizar. Por lo tanto, esa acción es la única que puede revelar Luz en nuestras vidas.
Este entendimiento debe cambiar nuestra perspectiva del compartir. Si queremos cambiar para mejorar y queremos que nuestras acciones traigan bendiciones a nuestras vidas, entonces tenemos que tomar el camino difícil. Comparte con aquellos que no quieres, comparte cuando no desees hacerlo, comparte en maneras que sean incómodas. Estas son las acciones que crearán el cambio más grande para ti y traerán la cantidad más grandiosa de Luz a tu vida.
El hombre loco y el Kabbalista.
Pensar en el propósito de la vida como un proceso de cambio y disminución del ego me recuerda una historia corta pero importante. Un gran Kabbalista, el Baal Shem Tov, visitaba a su estudiante Zev en el pueblo de Zabriz. En la mañana, cuando estaban por entrar a la casa de rezos, un hombre enloquecido saltó frente al estudiante y prosiguió a maldecirlo y reprenderlo por diez minutos seguidos. El loco lanzó insulto tras insulto diciéndole lo terrible que era su conducta, que mentía, que robaba, y fue empeorando y empeorando progresivamente por diez minutos. Luego de concluir con su ataque, que para entonces había atraído a una multitud de mirones, el loco continuó su camino.
El Baal Shem Tov le pidió a su estudiante que le explicara lo que había ocurrido. Zev le contó a su maestro que, cada mañana, este hombre lo esperaba a la puerta de la casa de rezos, le gritaba y reprendía por un rato y luego se iba. El gran Kabbalísta le dijo a su estudiante "Estoy celoso de ti, Zev. Eres purificado cada mañana de una forma que sólo puedo anhelar. Desearía que hubiera alguien que me gritara de esa forma todas las mañanas".
Esta historia puede sonar extraña para algunos, pero ellos entendieron una lección que tendríamos la suerte de entender ahora, así como vivir de acuerdo a ella. Nuestro propósito en este mundo es cambiar.
Los Kabbalistas del pasado no huían de estas situaciones; las abrazaban. Para alcanzar el cambio que vinimos a este mundo a alcanzar, debemos adoptar este ideal y experimentar las situaciones incómodas. Podemos hacerlo sabiendo que es en estas acciones y en estos momentos que nosotros cambiamos, crecemos y atraemos las bendiciones más grandiosas a nuestras vidas.
¿Por qué compartimos? ¿Por qué ayudamos a otros? Muchos de nosotros creemos que hacer buenas acciones es todo lo que cuenta, pero la realidad espiritual es que, a menos que entendamos por qué compartimos, no podremos recibir tanta Luz y bendiciones de estas buenas acciones.
Los Kabbalistas plantean un escenario simple para asistirnos en nuestro entendimiento del compartir. Preguntan, si hay dos personas que necesitan tu ayuda, una es un querido amigo y otra un querido enemigo ¿A cuál escogerías? También explican que este enemigo no es simplemente alguien a quien le desagradas, sino alguien a quien sorprendiste haciendo acciones negativas en el pasado, trataste de disuadirlo de estas acciones, pero no escuchó. Lo sorprendiste robando y trataste de explicarle por qué no debía actuar de esta forma, y no hizo caso a tus palabras y continuó robando. Tienes una historia con esta persona y sabes de las cosas negativas que ha hecho, de las cuales otra gente no sabe. Has intentado ayudarle a cambiar, pero no lo hará. Tu desagrado por esta persona no está basado en heridas personales sino más bien en que conoces verdaderas acciones negativas de ella.
Ahora, tanto tu amigo como tu enemigo se acercan a ti a pedirte ayuda. ¿A quién ayudas? Para la mayoría de nosotros la respuesta es simple: Desde luego que ayudaríamos a nuestro amigo en vez de ayudar a esta persona que no es sólo un enemigo, sino que es negativa a un grado cuyos alcances sólo nosotros conocemos.
Pero la respuesta no es simple. Los kabbalístas declaran algo asombroso. En este caso, si elegimos ayudar a nuestro amigo, no recibimos casi nada de Luz de esta acción de compartir. La mejor acción en este caso sería ayudar a nuestro enemigo. Es sólo con esta acción que traeremos Luz a nuestras vidas.
Para entender esta enseñanza, necesitamos aclarar el propósito de nuestras acciones de compartir e incluso el propósito de nuestras vidas. Los kabbalístas explican que no se supone que debemos sólo ser buenas personas, o simplemente gente espiritual que comparte. Más bien, nuestro objetivo en la vida, y la única manera en la que alcanzaremos la plenitud, es estar constantemente cambiando nuestra verdadera naturaleza interna; ir de una naturaleza basada en el ego y autocentrada con la que nacemos, a una verdadera naturaleza altruista.
Las personas pueden llevar a cabo muchas acciones de compartir y aún así no cambiarse a sí mismas. La única forma de asegurarnos de que nuestras acciones nos están transformando, es tomar la ruta incómoda. Compartir no cuando nos es fácil y queremos, sino compartir cuando es difícil y no queremos. Es claro que en este caso, cuando tenemos la opción entre una acción de compartir que preferimos hacer y otra que rechazamos con fuerza, la única acción que nos ayudará en nuestro cambio es la que no queremos realizar. Por lo tanto, esa acción es la única que puede revelar Luz en nuestras vidas.
Este entendimiento debe cambiar nuestra perspectiva del compartir. Si queremos cambiar para mejorar y queremos que nuestras acciones traigan bendiciones a nuestras vidas, entonces tenemos que tomar el camino difícil. Comparte con aquellos que no quieres, comparte cuando no desees hacerlo, comparte en maneras que sean incómodas. Estas son las acciones que crearán el cambio más grande para ti y traerán la cantidad más grandiosa de Luz a tu vida.
El hombre loco y el Kabbalista.
Pensar en el propósito de la vida como un proceso de cambio y disminución del ego me recuerda una historia corta pero importante. Un gran Kabbalista, el Baal Shem Tov, visitaba a su estudiante Zev en el pueblo de Zabriz. En la mañana, cuando estaban por entrar a la casa de rezos, un hombre enloquecido saltó frente al estudiante y prosiguió a maldecirlo y reprenderlo por diez minutos seguidos. El loco lanzó insulto tras insulto diciéndole lo terrible que era su conducta, que mentía, que robaba, y fue empeorando y empeorando progresivamente por diez minutos. Luego de concluir con su ataque, que para entonces había atraído a una multitud de mirones, el loco continuó su camino.
El Baal Shem Tov le pidió a su estudiante que le explicara lo que había ocurrido. Zev le contó a su maestro que, cada mañana, este hombre lo esperaba a la puerta de la casa de rezos, le gritaba y reprendía por un rato y luego se iba. El gran Kabbalísta le dijo a su estudiante "Estoy celoso de ti, Zev. Eres purificado cada mañana de una forma que sólo puedo anhelar. Desearía que hubiera alguien que me gritara de esa forma todas las mañanas".
Esta historia puede sonar extraña para algunos, pero ellos entendieron una lección que tendríamos la suerte de entender ahora, así como vivir de acuerdo a ella. Nuestro propósito en este mundo es cambiar.
Es en las situaciones vergonzosas, incómodas y difíciles que cambiamos más.
Los Kabbalistas del pasado no huían de estas situaciones; las abrazaban. Para alcanzar el cambio que vinimos a este mundo a alcanzar, debemos adoptar este ideal y experimentar las situaciones incómodas. Podemos hacerlo sabiendo que es en estas acciones y en estos momentos que nosotros cambiamos, crecemos y atraemos las bendiciones más grandiosas a nuestras vidas.
Michael Berg
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