Los Kabbalistas dicen que cada día es como si el mundo fuera recién creado.
Este pensamiento tiene dos ramificaciones distintas, pero igualmente poderosas. La primera es que cada día es un nuevo comienzo: no importa lo que sucedió ayer o el día anterior. Cuando nos levantamos en la mañana y tomamos el primer aliento, es un nuevo día, una nueva vida.
Así, en un sentido positivo, si ayer fue un desastre, o si fuiste un tirano, hoy puedes empezar de nuevo y convertirte en una persona completamente diferente.
Por otra parte, puesto que cada día tiene su propia ‘vida’, no puedes confiar en el trabajo que hiciste ayer, la semana pasada o el año pasado. No puedes decir: “Ya hice suficiente”. Puede que hayas estado haciendo este trabajo espiritual durante los últimos quince años, pero si no estás cambiando hoy, el trabajo que hiciste anteriormente no importa.
No obtenemos puntos hoy por haber hecho el trabajo ayer.
Cada día, todo empieza de nuevo.
De esta forma, lo que importa es lo que haces hoy y lo que vas a hacer mañana. Si no es así, rompes la conexión con la Luz. Si no estás constantemente iniciando una conexión con la Fuerza de la Luz del Creador, ésta se estanca y se rompe.
Puedes ser hoy alguien completamente distinto de quien eras cuando iniciaste tu camino espiritual, pero eso no es suficiente. Lo que importa es quién vas a ser, no quién has sido. Si miras hacia atrás, eres como la esposa de Lot, a quien se le dijo que no mirara hacia atrás y, según cuenta el relato, se convirtió en una estatua de sal. Mirar hacia atrás para ver lo que hemos hecho es lo que acaba con nosotros.
Debemos siempre mirar hacia delante.
Esta semana, sé consciente de los laureles sobre los cuales reposas. Mira los diplomas y los trofeos, no como marcadores de lo que has logrado, si no de lo que eres capaz de lograr a partir de ahora. Y si te sientes estancado, saciado, o un santurrón, no hay mejor momento que el presente para volver al camino.
Todo lo mejor,
Yehudá Berg