"La esencia de la grandeza radíca en la capacidad de la realización personal propia en circunstancias en las que otros optan por la locura." - Dr. Wayne W. Dyer

Osho: El libro del Hara, Quinto capitulo, segunda parte


Había un faquir musulmán llamado Nasruddin. Un día, mientras estaba cruzando un río sentado en un barco, el bar­quero y él iban charlando por el camino. Nasruddin tenía fama de ser un erudito. Si un erudito tiene la oportunidad de demos­trar que otra persona es ignorante, no la desaprovecha. Nasrud­din le preguntó al barquero:


-¿Sabes leer?
El barquero dijo:
-Sé hablar, pero no sé leer ni escribir.
Nasruddin dijo:
-Has desperdiciado la cuarta parte de tu vida inútilmente porque si no sabes leer, ¿cómo vas a adquirir sabiduría en tu vida? ildiota! ¿Cómo se puede adquirir sabiduría si no se sabe leer?
Pero el barquero empezó a reírse en voz baja...
Después continuaron un poco más allá y Nasruddin pre­guntó:
-¿Sabes algo de matemáticas?
El barquero contestó:
No, no sé absolutamente nada de matemáticas. Sólo sé contar con los dedos.
Nasruddin dijo:
-Has desperdiciado otra cuarta parte de tu vida inútil­mente, porque si alguien no sabe nada de matemáticas, si ni si­quiera sabe calcular, no podrá ganarse demasiado la vida. ¿Cómo va a hacerlo? Para ganarse la vida hay que saber contar. ¿Qué puedes ganar? Has desperdiciado la mitad de tu vida.
Entonces se desató una tormenta, se formó un huracán y el barco se volcó y se hundió.
El barquero dijo:
-¿Sabes nadar?
-iNo, no sé nadar! -exclamó Nasruddin.
-Has desperdiciado toda tu vida -gritó el barquero-. Yo me voy; No sabré matemáticas ni sabré leer, pero sí sé nadar. Así que me marcho. Has desperdiciado toda tu vida.


Hay verdades en la vida que sólo pueden ser conocidas por tu ser; no se pueden conocer a través de los libros o las escritu­ras. La verdad del alma o la verdad de la existencia sólo puede ser conocida por tu ser, no hay ninguna otra forma.


Por medio de lo que está escrito en las escrituras -podemos leerlo, podemos entenderlo, podemos aprenderlo de me­moria, podemos contárselo a los demás- no adquiriremos nin­guna sabiduría. La acumulación de hechos y las opiniones de los demás no son un signo de sabiduría, sino simplemente un signo de ignorancia. Una persona consciente y despierta está li­bre de toda esa «sabiduría». No hay ninguna posibilidad de que siga acumulando datos: él se conoce. Con ese autoconoci­miento la mente ya no es una colmena ajetreada; es un espe­jo, un lago silencioso.

Tu mente es una colmena ajetreada de pensamientos que has estado alimentando porque crees que son sabiduría. Les has hecho espacio en tu casa, los has transformado en residentes. Has convertido tu mente en un caravasar: cualquiera puede que­darse siempre que vaya disfrazado de sabiduría; entonces ten­drá derecho a quedarse. Y la multitud que hay en este caravasar ha ido creciendo y aumentando tanto, que se ha vuelto difícil de­cidir quién es el amo de esta multitud. Los invitados están ha­ciendo tanto ruido que el que grita más fuerte se convierte en el amo; y no sabes quién es el verdadero amo. Cada pensamiento grita fuerte que él es el amo, de modo que en este caravasar ates­tado es imposible saber quién es el verdadero amo.


Ningún pensamiento se quiere marchar. ¿Cómo vas a con­seguir que se marchen si les has invitado a quedarse? Es fácil in­vitar a alguien, pero no es tan fácil deshacerse de él. Estos invitados se han ido acumulando en la mente del hombre desde hace miles de años y si tuvieras que despedirlos hoy no sería fá­cil deshacerse de ellos.


Pero es posible librarte de ellos si entiendes la naturaleza de tus ilusiones. Alimentas todos estos pensamientos debido a tu ilusión de que son sabiduría. Así que lo primero que debes comprender es que todos los pensamientos prestados son inútiles. Cuando eso esté claro, habrás cortado de raíz tu colección de pensamientos e ideas, habrás dejado de regar sus raíces.
Un viejo sabio iba por el bosque con uno de sus jóvenes monjes. Anochecía y empezaba a oscurecer. El viejo sabio le dijo al joven monje:


-Hijo, ¿crees que hay algún peligro en este camino? El ca­mino atraviesa un bosque tupido y está anocheciendo. ¿Hay algo que temer?
El joven monje estaba muy sorprendido porque un sannyasin no debería tener miedo. Tanto si era una noche oscura o clara, tan­to si era en el bosque o en la calle, era una sorpresa que un san­nyasin tuviese miedo. Y este anciano nunca había tenido miedo. ¿Qué le ocurría hoy? ¿Por qué tenía miedo? Algo estaba pasando. Siguieron un poco más y la noche se hizo más oscura. El anciano volvió a preguntar:
-¿Hay algún problema? ¿Llegaremos pronto al próximo pueblo? ¿A qué distancia está?
Después se pararon junto a un pozo para lavarse las manos y la cara. El anciano le dio el saco que llevaba al hombro y le dijo:
-Cuídamelo.
El joven pensó:
-Debe haber algo dentro de este saco; si no, no es posible que tenga miedo ni que me diga que tenga cuidado.
Para un sannyasin no era habitual tener que cuidar de algo; si no, no tendría sentido hacerse sannyasin, porque es el amo de la casa quien tiene cosas que cuidar. ¿Qué es lo que tiene que cuidar un sannyasin?
El anciano empezó a lavarse la cara; entonces el joven metió la mano en el saco y encontró un ladrillo de oro. Ahora entendía el motivo de su miedo. Lanzó el ladrillo lejos en el bosque y metió una piedra del mismo peso dentro del saco. El anciano volvió deprisa después de lavarse la cara y rápidamente cogió la bolsa, la tocó, la sopesó, se la colocó al hombro y empezó a caminar de nuevo.
Después de andar un rato dijo:
-Está oscureciendo mucho, ¿nos hemos equivocado de ca­mino? ¿Hay algún peligro?
El hombre joven dijo:
-No tengas miedo. He tirado el miedo.
El viejo sabio se sobresaltó. Miró inmediatamente dentro de la bolsa y vio que en lugar del oro había una piedra. Se que­dó aturdido un momento, pero después se empezó a reír y dijo:
-He sido un idiota. Estaba cargando con una piedra; sin embargo, tenía miedo porque creía que se trataba de un ladrillo de oro.
Cuando se dio cuenta de que llevaba una piedra, la tiró y le dijo al joven monje:
-Esta noche dormiremos aquí porque es difícil no perder­se en la oscuridad.
Esa noche durmieron tranquilamente en el bosque.
Si crees que tus pensamientos son ladrillos de oro, los cuida­rás y estarás aferrado a ellos. Pero quiero decirte que no son ladri­llos de oro, sólo son piedras pesadas. Lo que crees que es sabiduría no es sabiduría en absoluto; no es oro, sólo es una piedra.


La sabiduría que adquieres de los demás sólo es una pie­dra; únicamente es oro la sabiduría que surge de tu interior. El dia que te des cuenta de que estás cargando con una piedra en tu bolsa será el día que se resuelva esta cuestión. Entonces no te costará trabajo tirar la piedra.
No cuesta nada tirar la basura, pero es difícil tirar el oro. Mientras sigas creyendo que tus pensamientos son sabiduría no podrás tirarlos, y tu mente seguirá preocupada. Puedes intentar calmarla de mil maneras, pero no funcionará. En el fondo quie­res que sigan estando los pensamientos porque crees que son sabiduría. Las mayores dificultades de la vida están en creer que algo es lo que no es. Entonces surgen todo tipo de problemas. Si alguien piensa que una piedra es un ladrillo de oro, entonces empieza el problema. Si alguien se da cuenta de que una piedra es una piedra, se acabó el problema.


El tesoro de tus pensamientos no es un verdadero tesoro, este hecho tiene que quedar claro. Pero, ¿cómo puedes enten­derlo? ¿Lo entenderás porque lo diga yo? Si lo entiendes porque lo digo yo, ese entendimiento es prestado, es inútil. No hay po­sibilidad de que entiendas algo porque lo digo yo, tienes que verlo, descubrirlo y reconocerlo tú mismo.
Si el joven monje le hubiese dicho al anciano:


-Sigue caminando. No te preocupes. En el saco sólo hay una piedra, no es oro.
Eso no habría cambiado nada hasta que el hombre com­probara que era verdad con sus propios ojos. Si el joven se lo hubiese dicho, no le habría creído. Simplemente, se habría reído del joven y habría pensado que era muy joven, ignorante, que no sabía nada. O le habría creído y habría aceptado sus palabras, pero su aceptación habría sido falsa; en el fondo habría seguido pensando que tenía que seguir escondiendo el ladrillo de oro. La diferencia consistía en verlo él mismo.
Por tanto, es necesano mirar dentro del saco de tu mente para ver si lo que cree que es sabiduría lo es realmente, o si sólo has acumulado basura. Has acumulado los sutras del Gita, las declara­ciones de los Vedas, las palabras de Mahavira y de Buda, y estás acordándote de ellas, pensando en ellas y buscándoles sentido cons­tantemente. Insistes en leer y escribir comentarios sobre ellas y en discutirlas con los demás. Esto ha originado una locura absoluta.
La verdadera sabiduría no tiene relación con esta locura. De ahí no surgirá ninguna llama en tu vida, ninguna luz.


Y acumulando toda esta basura, te haces la ilusión de que has adquirido una gran sabiduría, de que eres un gran maestro, de que tienes mucho, de que tu bodega está llena; vivirás así tu vida destruyéndola.


Un joven monje estaba pasando una temporada en un monasterio. Había ido para estar en presencia de un sabio anciano, pero al cabo de unos días le pareció que este anciano no sabía nada de nada. Se cansó de oír las mismas cosas todos los días. Pensó que debía irse de ese monasterio y buscar otro maestro en algún lugar; éste no era su sitio.


Pero el día que se iba a marchar llegó otro monje al mo­nasterio. Esa noche los residentes del monasterio se reunieron y hablaron de muchas cosas. El nuevo monje era un gran erudito y sabía muchas cosas, era muy sutil y sensible. Profundo y muy vivo; y el joven monje pensó que así es como debería ser un maestro. Al cabo de dos horas el nuevo monje había hipnotiza­do a todo el mundo. El joven monje pensó que el viejo maestro debía estar muy triste y deprimido por no haber aprendido nada siendo tan viejo, mientras que el recién llegado sabía tanto.
Cuando habían pasado dos horas y las conversaciones ha­bían concluido, el monje invitado miró al viejo maestro y le pre­guntó:


-¿Le ha gustado mi discurso?
El anciano dijo:
-¿Mi discurso? Estabas hablando, pero nada de lo que de­cías era tuyo. He estado escuchando atentamente para ver si decías algo, pero no has dicho nada de nada.
El monje invitado replicó:
-Si yo no estaba hablando, ¿quién es el que ha estado ha­blando durante dos horas?
El anciano dijo:
-Si me pides mi opinión verdadera y sincera, te diré que estaban hablando por medio de ti los libros y las escrituras, pero tú no estabas diciendo nada en absoluto. No has dicho ni una sola palabra. Estabas escupiendo, vomitando todo lo que has acumu­lado. Y a consecuencia de tus vómitos me temo que estás muy en­fermo. Has estado vomitando durante dos horas todo lo que se ha acumulado en tu estómago y has llenado toda la habitación con la suciedad y el olor. Ni siquiera he sentido un poco de aroma de sabiduría, porque todo lo que se toma de fuera y se vuelve a echar fuera inevitablemente tendrá el olor del vómito. Tú perso­nalmente no has dicho nada, ni una sola palabra era tuya.


Después de oír al anciano sabio, el joven monje que se ha­bía querido marchar del monasterio decidió quedarse. Este día se dio cuenta, por primera vez, de que había dos tipos de sabi­duría.
Un tipo de sabiduría es aquella que acumulamos del exte­rior y el otro tipo es la que surge de nuestro interior. Todo lo que recogemos de fuera se convierte en una atadura, no nos li­bera. Lo que viene de nuestro interior es lo que nos libera.


Lo primero que hay que buscar en tu interior es si real­mente sabes lo que sabes. Es necesario cuestionarse cada pensa­miento y cada palabra que conoces; ¿realmente la conoces? Y si la respuesta es «No lo conozco», todos los ladrillos de oro se irán convirtiendo poco a poco en piedras. Es posible engañar al res­to del mundo, pero no es posible engañarse a uno mismo.
Nadie puede engañarse a sí mismo. Si no sabes algo, no lo sa­bes. Si te pregunto: «¿Sabes la verdad?», y afirmas con la cabeza y dices «Sí, la sé», no estás siendo auténtico. Pregúntate por den­tro: «¿Conozco la verdad o he aceptado lo que he oído? Y si no la conozco, esta verdad no vale ni un céntimo. ¿Cómo puede cambiar mi vida algo que no conozco? Únicamente la verdad que conozco puede convertirse en una revolución en mi vida. La verdad que no conozco no vale un céntimo, es falsa. Y no es la verdad en absoluto; es algo prestado y no va a cambiar mi vida en absoluto».


Es como si yo te preguntara: «¿Sabes algo acerca de tu alma?», y tú dijeras «Sí, porque lo he leído en los libros, y el sa­cerdote que da clases en el templo dice que el alma existe». El hombre aprende de memoria todo lo que se le enseña como si fuese un loro, pero este memorizar no tiene nada que ver con sa­ber. Si naces en una familia hindú te vuelves un tipo de loro, si naces en una familia jainista te vuelves otro tipo de loro, y si na­ces en una familia musulmana te vuelves un tercer tipo de loro; pero en cualquier caso, eres un loro.


Sigues repitiendo durante toda tu vida todo, lo mismo que te han enseñado. Y como estás rodeado de loros, nadie tiene nin­guna objeción, nadie te lo discute. Los otros loros asienten con la cabeza: «Tienes toda la razón»; porque han aprendido lo mis­mo que tú. En las asambleas religiosas, los líderes religiosos en­señan y todo el mundo afirma con la cabeza, están de acuerdo en que tienen toda la razón porque lo que han aprendido los líde­res religiosos es lo mismo que han aprendido ellos. Ambos gru­pos están sentados pensando que esto es lo que ellos han aprendido también, y todos asienten con la cabeza confirmando que «Sí, lo que dice es totalmente cierto. Es lo que dicen nuestros libros. Nosotros también hemos leído lo mismo».


En lo que respecta a la sabiduría, toda la humanidad ha sido engañada. Ese engaño es una conspiración contra el hombre. Hay que eliminar y deshacerse de toda esa sabiduría, sólo así podrás abrirte al tipo de conocimiento bajo cuya luz se experi­menta la existencia y se ve la llama del alma. Esto no es posible con la seudo sabiduría. La seudo sabiduría no es en absoluto luz; la casa está oscura, la lámpara está apagada, pero las personas siguen convenciéndose unas a otras y diciendo que la lámpara está encendida. Y después de oído una y otra vez, tú también has empezado a decir que la lámpara está encendida. Los demás dicen que si no ven la lámpara encendida irás al infierno... y en algún lugar por dentro tienes miedo. Dicen que la lámpara está encendida, así que, poco a poco, tú también la empiezas a ver

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