VIERNES 11 DE SEPTIEMBRE 2009
Hay una antigua historia sobre un hombre que acudió a su maestro, un gran Kabbalista, y le confesó sus fechorías terribles. El Kabbalista le dijo que sus actos eran tan horrendos, que la única expiación posible sería morir en una agonía larga por beber mercurio.
El hombre aceptó y le pidió a su maestro que le administrara el veneno. El Kabbalista le dijo que se recostara sobre su espalda, cerrara los ojos y abriera la boca. Vertió entonces un vaso de líquido en la garganta del hombre. Sin embargo, el líquido no era más que agua fría.
La lección de hoy es que cuando cambiamos al punto de estar dispuestos a hacer lo que sea para transformarnos, no tendremos que hacerlo. Enfrentar nuestros temores más grandes –en este caso el miedo a la muerte– desvanece los rasgos negativos que nos hicieron cometer nuestras faltas.
Hay una antigua historia sobre un hombre que acudió a su maestro, un gran Kabbalista, y le confesó sus fechorías terribles. El Kabbalista le dijo que sus actos eran tan horrendos, que la única expiación posible sería morir en una agonía larga por beber mercurio.
El hombre aceptó y le pidió a su maestro que le administrara el veneno. El Kabbalista le dijo que se recostara sobre su espalda, cerrara los ojos y abriera la boca. Vertió entonces un vaso de líquido en la garganta del hombre. Sin embargo, el líquido no era más que agua fría.
La lección de hoy es que cuando cambiamos al punto de estar dispuestos a hacer lo que sea para transformarnos, no tendremos que hacerlo. Enfrentar nuestros temores más grandes –en este caso el miedo a la muerte– desvanece los rasgos negativos que nos hicieron cometer nuestras faltas.
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