"La esencia de la grandeza radíca en la capacidad de la realización personal propia en circunstancias en las que otros optan por la locura." - Dr. Wayne W. Dyer

El Libro de los Condenados - Charles Fort

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Libro: El Libro de los Condenados.
Autor: Charles Fort Número de páginas: 91
Material Enviado por: Jimmy.

Por el momento, parece que es un libro que tiene cosas interesantes, como lo dije anteriormente: El libro de Fort busca informar como la ciencia ha dejado de lado sucesos sencillamente inexplicables los cuales los termina llamando Los Condenados, dentro de los eventos que pueden hallarse estan las Lluvias de peces, lluvias de ranas, lluvias de ranas albinas, la caida de lluvia negra, la piedras de trueno, instrumentos hallados a grandes profundidades y que no podrían tener relación con la época en la cuál debieron haberse utilizado, en fin... creo que sería muy buena su lectura, es comprensible porque a Maxwell le pareció un libro fascinante.
"Charles Fort es el apóstol de la excepción y el sacerdote engañador de lo improbable" - Ben Hetch

"Sus sarcasmos están en armonía con las críticas más admisibles de Einstein y de Surrell" - Martin Gardner

"Leer a Charles Fort es como cabalgar en un cometa" - Maynard Shipley

"Es la mayor figura literaria desde Edgar Allan Poe" - Theodore Dreisler

"Una de las monstruosidades de la literatura" - Edmund Pearson

"Un ramo de oro para los flagelados por la crítica" - John Winterich

"En el Libro de los condenados hay, como mínimo, el germen de seis nuevas ciencias" - John W. Campbell
Dejo un fragmento:
"Y he aquí el detalle que me conduce a pensar que estos sílex han sido fabricados por seres humanos del tamaño de enanos. El profesor Wilson (8) señala que los sílex no solamente eran minúsculos sino que su trabajo era «minucioso». R. A. Galty, en Science Gossip (9) dice:«Es tan fino que para estudiar el trabajo de talla es necesario una lupa». Hermosa lucha para expresar, en la mentalidad del siglo XIX, una idea que no pertenecía a su siglo.

Esto parece concluir en una teoría, ya sea en favor de seres minúsculos, grandes como cohombros y
talladores de sílex, ya sea en favor de salvajes muy ordinarios que los hubieran tallado con ayuda de una lupa. La idea que me preparo para desarrollar, diría mejor que voy a perpetrar, a continuación, es intensísimamente maldita Es un alma perdida, lo admito, o más bien me vanaglorio de ello. Pero se integra en el método científico de la asimilación, si pensamnos en los hombres de Elvera. Pero a este respecto olvidaba decirles el nombre del mundo de los Gigantes es Monstrator, un universo en forma de huso, de doscientos mil kilómetros de largo en su eje mayor.

Volveremos a hablar de él.
Mi inspiración está, pues, justificada si pensamos en que los habitantes de Elvera han venido solamente a hacernos una visita.

Han venido en hordas densas, como una nube de langostas, en expediciones de caza -a la caza de los
ratones sin duda, o de las abejas-, hordas minúsculas horrorizadas ante cualquiera que se tragara más de una habichuela a la vez, temiendo por el alma de cualquiera que engullera más de una gota de rocío a la vez. Hordas de exploradores minúsculos, determinadas en su infinita pequeñez a hacer triunfar sus derechos.

Tan ínfimas criaturas, apenas desembarcadas de su pequeño mundo, pasarían bruscamente de lo mínimo a lo enorme. Tragadas de un solo bocado por cualquier animal terrestre, digeridas por docenas como sin pensar en ello, caerían en un riachuelo que se las llevaría con su tumultuoso torrente. «Los datos geológicos son incompletos», diría Darwin. Sus sílex sobrevivirían, pero sus frágiles cuerpos desaparecerían. Un golpecillo de viento y un elverano sería barrido a centenares de metros, sin que sus compañeros pudieran recuperar su pequeño cadáver. Llorarían al desaparecido; respetarían el luto, y realizarían los inevitables funerales.

Adopto aquí una explicación tomada a la antropología, la de la inhumación en efigie.
A principios de julio de 1836 (10), algunos muchachos buscaban madrigueras de conejo en una cadena de rocas próximas a Edimburgo, conocida con el nombre de Silla de Arturo. En la ladera de una resquebradura, encontraron algunas hojas de pizarra. Las arrancaron, y descubrieron una pequeña caverna y diecisietz ataúdes en miniatura, de cinco a seis centímetros de largo. Dentro de estos ataúdes había unas minúsculas siluetas de madera, talladas en estilo y materia muy diferentes.

Lo más extravagante era que los ataúdes habían sido depositados en la caverna
uno después del otro, con varios años de intervalo. Una primera hilera de ocho ataúdes estaba completamente podrida, deshaciéndose en polvo las envolturas. Para una segunda hilera, igualmente de ocho ataúdes, los efectos del tiempo eran menos visibles. La última hilera, finalmente, inacabada, estaba compuesta por un solo ataúd, de apariencia reciente. En la revista escocesa Proceeding (11) puede leerse un relato detallado de este descubrimiento, ilustrado con la reproducción de tres ataúdes y de tres siluetas."

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