La semana pasada relacionamos nuestro proceso espiritual con el proceso de crecimiento de una manzana. Rav Áshlag nos recordó que si algo no va bien en nuestra vida (él utiliza la palabra “amargo”) es como si recogiéramos una fruta antes de que esté madura. No es culpa de la fruta, sino que simplemente estamos buscando resultados antes de que estén completados.
Prometí darles algunas herramientas prácticas más para que ayuden a su jardín a crecer.
Lo primero que necesitamos superar es el sentimiento de que no somos capaces, de que no estamos en un lugar en el que la Luz del Creador pueda brillar. Cómo brilla es algo que no siempre podemos llegar a saber, pero el obstáculo principal para probar los frutos es la sensación de que no merecemos ver el fruto.
Ya hay suficientes limitaciones en nuestro mundo sin el pensamiento negativo: el tikún (karma), los engaños de nuestros cinco sentidos, por nombrar a algunos. Cuando pensamos que no somos merecedores, estamos deteniendo literalmente nuestro propio crecimiento.
En segundo lugar, puede haber frutos que ya están en nuestra vida y que no vemos simplemente porque en verdad no creemos que seamos capaces de ver cómo nuestras semillas se convierten en un fruto. Aun cuando nuestras semillas se convierten en frutos, pensamos que no lo han hecho. Pensamos que son invisibles o despreciables. Las semillas cayeron sobre la tierra y nada ocurrió. Quizá alguna otra persona tomó esa energía. Pero de lo que no nos damos cuenta es que pusimos energía en ello y creamos algo especial en el universo.
Los frutos pueden no tener siempre el gusto o la apariencia que esperamos que tengan. A veces están escondidos, poco claros. Pero cada semilla/acción que llevamos a cabo, creará finalmente un fruto. Y las únicas personas que ven esos frutos son aquéllos que creen que los verán. Son las personas que saben que sus acciones tienen poder. Mientras sigamos creyendo, en cualquier nivel, que habrá frutos, los habrá sin duda.
Y sin embargo, si dudamos de la existencia de los frutos, ya no tenemos la garantía de que los veremos. Podemos perdernos la alegría y la satisfacción que nos proporcionan sólo porque no creemos que tenemos el poder de ver los frutos de nuestras acciones.
Y finalmente, ten la seguridad de que si plantamos árboles de ego, nos transformamos en un granjero de algarrobos; los frutos tardarán mucho en crecer y si intentamos recogerlos antes de tiempo, sabrán muy mal. ¿Por qué? Porque no nos tomamos el tiempo de invertir en la tierra, fertilizarla, nutrirla. Entonces nos deprimiremos, y los frutos lo reflejarán.
Resumiendo:
1. Cuando el fruto no está maduro, recuerda que debes respetar el proceso y el tiempo.
2. No hay personas ni situaciones malas, sólo gente impaciente.
3. La energía (semilla) nunca se pierde.
4. Todo el mundo, y quiero decir todo el mundo, merece ver los frutos de su trabajo.
5. Todo el mundo (sí, incluido tú) es capaz de disfrutar de esos frutos.
6. Si quieres ver tus frutos crecer pronto, no plantes semillas con ego.
¡Te deseo una abundante cosecha!
Todo lo mejor,
Yehudá Berg
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