Pasamos la mayor parte de nuestras vidas sin tener ni idea de para qué vinimos a esta Tierra. Puede que tengamos una lista de cosas por hacer, o un programa, pero en un enfoque más amplio, la mayoría de nosotros no tenemos conocimiento de esta información.
No tenemos que poseer la fórmula exacta. Eso queda para personas muy especiales; es una rareza saber cuál fue nuestra encarnación previa, lo que hicimos y lo que tenemos que hacer en esta vida.
Pero todos tenemos una idea de algunas de las cosas que debemos hacer o de las que no debemos hacer. Somos conscientes de las direcciones que debemos seguir y de las que no debemos seguir.
Mi mensaje es que no necesitamos saber EXACTAMENTE porqué estamos aquí. Sólo necesitamos tener la certeza de que llegaremos allí y lograremos nuestra misión.
Debemos tener la certeza total de que las cosas irán bien, no porque seamos justos o sabios, sino gracias al tiempo, el esfuerzo, las oraciones y las herramientas que estamos utilizando. Desde el momento en que se nos otorga la conciencia de un enfoque más amplio o una misión, debemos enfocarnos totalmente en lo que tenemos que hacer para llegar hasta allí.
Gracias a eso, las cosas irán bien. Gracias a nuestro tiempo, nuestros esfuerzos, oraciones y nuestra conexión, conseguiremos la certeza total. Una persona puede tener una certeza verdadera simplemente haciendo el trabajo.
Si te pasas todo el día perdiendo el tiempo y luego exiges tener certeza, no vas a conseguirla. Si empleas tu energía, haces el trabajo y desarrollas esa certeza, llegarás allí donde debas estar, aunque no sepas exactamente dónde es.
Malgastar el tiempo en no tener la certeza también puede confundirte. Debemos movernos constantemente hacia nuestro destino. Cuál es ese destino exactamente no es tan importante. Lo que hay que arreglar no es precisamente tan importante.
Si la situación financiera de una persona es mala, gran parte de su tiempo y su energía estará enfocado a encontrar el dinero para pagar las facturas, responder a los recolectores de deudas, etc. Alguien que ha estado casado durante 5 o 7 años y no puede tener hijos, experimentará muchos altibajos debido a esa situación. Cuando alguien está luchando contra un problema de salud, empleará más tiempo en sí mismo del que empleaba antes de saber que tenía esa enfermedad.
Hace cinco años, yo no rezaba por mi padre tres veces al día, cada día. Ahora, cada tumba de una persona justa que visito, cada oración que pronuncio, cada oportunidad que tengo, la aprovecho para enviar esa Luz a mi padre. Lamentablemente, es un poco tarde; no demasiado tarde, pero es menos efectivo ahora de lo que hubiera sido si hubiera rezado antes de que surgiera su problema de salud.
Antes de llegar a una situación difícil, antes de que el universo nos apriete, ¿qué parte de nuestro esfuerzo está dirigido a la razón por la cual vinimos a este mundo? Cuanto más nos enfoquemos desde el principio, menos necesitaremos enfocarnos más adelante. No necesitamos pensar en qué debemos hacer mañana –cómo nos enfrentaremos al abogado, al médico, al banco–, ni sentir angustia mientras esperamos los resultados de la prueba, o mientras pensamos en cómo pagaremos el tercer pago de la hipoteca.
En resumen, debemos trabajar para llegar al destino para el cual vinimos a este planeta.
Aunque dudar no es una opción, hay que hacer preguntas. Podemos preguntar a Dios. Podemos dirigirnos a nuestros profesores: ¿Qué más puedo hacer? ¿Qué no estoy haciendo? ¿Qué puedo hacer diferente? Ser un derrotista, un dudoso, o decir que no va a suceder, no funciona.
Esta semana, volvamos a enfocarnos en nuestro objetivo. Recuerda que con el esfuerzo que pones en tu transformación, tu conexión y tu crecimiento, LLEGARÁS a tu destino.
Y si no estás seguro de estar en el camino correcto, pide ayuda para orientarte.
Todo lo mejor,
Yehudá